La proximidad de elecciones generales en un país que suele pretenderlo todo de sus gobernantes reconoce un retroceso en la calidad de las discusiones. El admirable discurso dado por el reelecto gobernador de Córdoba Juan Schiaretti la noche de su triunfo, a la vez que entusiasmó por el reconocimiento de valores básicos, alarmó a quienes pensábamos que ya no haría falta reafirmar bases como la democracia, el federalismo, el respeto a la libertad de prensa, la independencia de la justicia, el reconocimiento de la necesidad de otras ideas y cosas por el estilo. Más o menos para la misma época el Presidente Macri expuso 10 puntos para acordar con el conjunto de la dirigencia política, algo parecido al Pacto de la Moncloa que firmaron los españoles a la salida de la dictadura de Franco. También enumera cosas básicas como no gastar más de lo que se tiene o pagar las deudas. A 36 años del regreso de la democracia constitucional parece raro tener que estar recordando la necesidad de respetar conceptos tan elementales. Más doloroso sacar la cuenta de que la mitad de ese tiempo, 18 años, se vivió sosteniendo una emergencia alimentaria. Más allá de las enumeraciones del peronista Juan Schiaretti aquél 12 de mayo, la falta de condena de Cristina y sus seguidores al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela más el trascendido de la posible eliminación del Poder Judicial para reducirlo a una dependencia administrativa del Poder Ejecutivo y los ataques directos a los medios vistos en la presentación del libro "Sinceramente" y otros más recientes, han puesto a la discusión dentro de esa misma fuerza, un valor más primario todavía, la libertad. La vida y la libertad dice sabiamente Antonio Tarragó Ros en una de sus más celebradas canciones. Sin vida es obvio que no puede haber nada, y con la vida, solo la libertad provee la posibilidad de que su poseedor le dé un sentido.
De ahí sigue el tema de la pobreza. La carencia de cosas elementales que obligan al individuo pobre a luchar hora por hora, elimina la perspectiva e imposibilita que la persona se detenga a pensar en qué acciones podrían proveerle un mejor futuro. Conseguir lo necesario para la cena reemplaza a la acumulación de tareas como ir a la escuela, regular horarios y fijar hábitos. Es pues, obligación del gobernante proveer las condiciones para que no haya dudas de que esa imprescindible libertad tenga la consecuencia necesaria de la prosperidad, que el individuo pueda ilusionarse con metas superiores, con ascenso económico y social. Frente a la realidad de la pobreza está la posición de quienes creen necesario eliminar la libertad para acortar el plazo, cambiar el esfuerzo por la dádiva, reducir la esperanza al plato de lentejas que viene de la mano del gobernante o, de última, dar valor al atajo del "choreo" como lo reconocieron el comediante Dady Brieva y el líder social Juan Grabois ("yo voy de caño"). Álvaro Vargas Llosa, ensayista peruano, dibujó a estos profetas hace más de 20 años con una frase: "fabricantes de miseria". Entre ellos no sólo se cuentan políticos inmorales sino también algunos intelectuales de los llamados en Latinoamérica "pensamientos nacionales y populares" o hasta ciertos poetas y cantores. Lo trágico es que el premio que se ofrece a los pobres a corto plazo, significa su condena a mantener sus carencias durante varias generaciones, postergando cada vez más su ascenso social. La reducción o eliminación de la libertad en el sentido más amplio del concepto nunca condujo a la prosperidad, sino todo lo contrario. Para ejemplo, están los cambios que produjo en su momento la China comunista o los países de ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Corea del Sur es una de las grandes potencias del mundo mientras que una de las más atrasadas es Corea del Norte. Entre nosotros vemos a Cuba, Nicaragua y Venezuela, esta última con grandes riquezas naturales y ubicación privilegiada cuyo pueblo decidió abandonar sus logros para hundirse en la pobreza extrema bajo el lema de una patética "revolución". Sin libertad no hay prosperidad, sin prosperidad peligra la libertad. La restricción de la libertad limita la creatividad y la experiencia contemporánea ha demostrado que el resultado es la generalización de la pobreza más que su reducción. La falta de prosperidad puede inducir a pensar que lo que a uno le falta es porque otro se lo llevó. De ahí a la violencia y el delito hay un paso muy corto. Haber tenido que extender hasta 2022 una ley de emergencia alimentaria es una bofetada que nos hiere en lo más profundo. Tenemos que esforzarnos entre todos, porque ya hubo gobiernos de distinto signo, para hacer realidad aquello que era más bien una plegaria: "Con la democracia se cura, se come y se educa".