
Cuando conocí en Madrid, a principios de la década de 1990, a María Vladimirovna Románova, hija del fallecido gran duque Vladimir Kirilovich, legitimado como heredero de la restaurada Casa Imperial de Rusia, estaba divorciada del príncipe alemán, Francisco Guillermo de Hohenzollern (descendiente de Guillermo II, último emperador alemán y ultimo rey de Prusia). Ambos ya tenían un hijo nacido en 1981, Jorge Mijáilovich, actual titular de la dinastía rusa sin trono. Esto, a pesar de la proclamada extinción de toda la familia del último zar, Nicolás II, asesinado con la zarina y sus hijos por la revolución bolchevique de 1917.
Como expreso en mi libro sobre las monarquías parlamentarias europeas, los partidarios rusos de la realeza son una minoría burguesa que no dejó de cultivar, en secreto, su simpatía por la última monarquía. Esto, mientras duró el comunismo, hasta la disolución de la ex URSS, en 1990. En 1998, al cumplirse 80 años de la caída, los restos de la familia imperial recibían sepultura con honores de Estado en San Petersburgo. La ceremonia la encabezó el segundo presidente de la Rusia post soviética, Boris Yeltsin, junto a Jorge, de 17 años.
Localizados y exhumados estos restos en 1991, por orden del entonces presidente Mijail Gorvachov, una comisión de científicos estableció la identidad de los despojos mortales de Nicolás II y sus familiares. En este acto, el presidente Yeltsin dijo: “Todos somos culpables, incluido yo mismo”. Hacía referencia a la masacre de la familia del zar, en manos de los revolucionarios.
En sendas entrevistas que este periodista pudo realizar para la agencia española Europa Press R. a los padres del legítimo heredero de los Romanov, María y Francisco Guillermo, quedaron demostradas las diferencias sobre la oportunidad y conveniencia de la continuidad dinástica, ya desde fines del siglo pasado.
La gran duquesa alentó siempre a su hijo y le creó desde niño su corte en Moscú: “Es el heredero de la Casa Real e Imperial Rusa. Debe asumir sus derechos y obligaciones”. En cambio, el ex príncipe alemán rechazó de plano esta posibilidad, por lo menos hasta los 18 años de su hijo.
Se desconoce cómo es la relación padre e hijo hoy, cuando Jorge ya tiene 36 años y ejerce formalmente la conducción de la Casa Imperial fuera de Rusia. Por su parte, la abuela de Jorge, esposa del gran duque Vladimir, la princesa Leonida Bagratión, que vivió varios años en París y falleció en Madrid en 2010 a los 95 años, también defendía la idea de una continuidad dinástica en la persona de su único nieto Jorge.
Pocas semanas antes de este centenario, en septiembre pasado, según la agencia AFP, una colección de documentos de los Románov volvió a Rusia procedente de Londres. Destacan aquellas cartas donde miembros de la familia dejaban entrever la angustia ante la inminente llegada al poder de los bolcheviques (miembros de la mayoría, en ruso).
Finalmente, en estos días, resulta curioso observar que, mientras en Moscú y otras ciudades del mundo se ha celebrado el centenario de la “Revolución Rusa”, la gran duquesa María y su hijo, como actuales representantes de la antigua familia imperial, canonizada por la iglesia ortodoxa rusa en el año 2000, han enviado un mensaje de conciliación a todos los rusos en el que destaca que “lo importante es tener el valor y la humildad de pedirnos los unos a los otros perdón”. Este mensaje y la foto oficial de María y Jorge fue publicada en octubre pasado por la revista internacional Vanity Fair.
