Faltaban todavía dos meses para que saliera The Miracle, el álbum que habían grabado luego de un parate de más de un año. Pero eso no importó. En marzo de 1989, Freddie Mercury citó a sus compañeros y les pidió que volvieran a entrar al estudio. Sabían que no quedaba mucho tiempo.
Se reunieron en los Mountain Studios de la ciudad suiza de Montreux, un lugar que ya habían utilizado para el anterior disco. Les sirvió para escapar de los periodistas ingleses que perseguían a Freddie por todos lados: entre intimidades sexuales y trascendidos sobre su salud, el cantante se había convertido en la presa favorita de los tabloides.
Las sesiones de grabación duraron más de siete meses. La metodología de trabajo la determinaron al comienzo pero los cuatro músicos sabían que las circunstancias determinarían la rutina. En un principio decidieron que grabarían tres semanas (la mayoría en Montreaux y algunas en Londres) y descansarían las dos siguientes. Esas dos semanas libres las utilizarían para que Freddie se recuperase y para que el resto se dedicara a proyectos propios. Además, en el medio, estaba el lanzamiento de The Miracle. Debían dar notas a medios de todo el mundo; de esa tarea se encargaron Roger Taylor y Brian May.
Durante ese trabajo promocional, May y Taylor tuvieron que responder recurrentes preguntas sobre la salud de Freddie. Mintieron cada vez. Decían que el cantante se encontraba muy bien. Querían que estuviera lo más tranquilo posible. “Escuchen cómo canta en el álbum. ¿Acaso parece alguien que está enfermo o desfalleciente?”.
En las semanas en que no grababan, Freddie descansaba en la casa que se había comprado recientemente a orillas del lago de Ginebra. Allí se sentía seguro y tranquilo. En sus últimos tiempos en Londres los paparazzis no lo dejaban tranquilo. Desde que unos años antes Paul Prenter vendió sus secretos sexuales al Sun, su presencia en los tabloides era constante. Esos medios estaban ávidos de nuevo material. Freddie vendía. Y el desmejoramiento físico los hacía montar guardias interminables para obtener al menos una foto.
El 18 de febrero de 1990, Freddie Mercury apareció por última vez en público. En los Brit Awards, Queen fue galardonado por su aporte extraordinario a la música inglesa. Los cuatro subieron al escenario. Quien tomó el micrófono fue Brian May. El discurso fue corto, como si no quisiera que su amigo estuviera expuesto mucho tiempo. Freddie estaba parado atrás, sostenía el premio. Estaba flaco, sin bigote, con un traje cruzado gris que camuflaba apenas su extrema delgadez. El rubor en las mejillas ocultaba su palidez. Cuando Brian terminó su intervención, Freddie se acercó al micrófono y saludó: “Gracias. Buenas noches”. Esas fueron sus últimas palabras públicas.
La prensa a esa altura ya ni siquiera especulaba; afirmaba que Freddie estaba muy enfermo. El VIH estaba haciendo estragos y se presumía que lo padecía cualquier persona que se viera desmejorada y que hubiera adelgazado mucho. Taylor y May lo negaban de manera terminante: “Freddie no tiene Sida. Sólo está pagando momentáneamente una vida salvaje de rockero”.
En el año que transcurrió entre esa última aparición pública y la entrada al estudio para grabar Innuendo, el estado de Freddie empeoró de manera evidente. Las fuerzas lo abandonaban. Nadie sabía qué podía suceder, cuánto tiempo aguantaría en el estudio y si su voz todavía conservaba algo de poder.
El título del disco, y del primer tema, lo aportó Freddie. La causa de inspiración fue bastante menos profunda o esotérica de lo que se podría suponer. Era una de las palabras con las que él solía sorprender a sus rivales en el Scrabble. Mercury estaba muy orgulloso de su habilidad en ese juego de mesa. Innuendo era una palabra derivada del latín que significaba un presagio, o era un eufemismo para nombrar algo malo que podría ocurrir.
La canción en especial y todo el disco es como un repaso por la carrera del grupo. Allí están sus temas, sus modos, sus obsesiones. El tema, que fue elegido como primer sencillo, es largo, más de 6 minutos. Tiene una estructura operística que hace recordar a Bohemian Rhapsody. Hay diversas partes, guitarras, arreglos vocales, grandilocuencia. También participa Steve Howe, de Yes, con una guitarra española. Su participación fue fruto de la casualidad. Descansaba en Montreaux cuando un asistente de Queen lo vio y lo invitó al estudio. Luego de escuchar el disco, Brian May le pidió que grabara una parte de guitarra para el tema inicial.
“Freddie estaba muy mal. Todos estábamos preocupados y pendientes de él. Intentábamos que la pasara bien. A pesar de esas circunstancias, fue un buen momento para nosotros. Tal vez uno de los mejores porque estuvimos más unidos que nunca”, dijo años después Roger Taylor. Los cuatro miembros se movían como una unidad. Todos estaban pendientes de Freddie y trabajaban con celeridad para poder llegar a grabar las canciones necesarias para editar un disco.
En algunos temas Freddie grabó la parte vocal desde la cabina de control. No tenía fuerzas para trasladarse hasta la sala del estudio. Su piel no resistía ni siquiera el uso de los auriculares. Debía estar sentado pero si permanecía en un sillón mucho tiempo los dolores se volvían insoportables. Pero la voz se mantenía vital y luminosa. Por momentos parecía que cuánto peor estaba, mayor era su necesidad de grabar. Las canciones, extender su legado, era su paliativo.
Cada una de las canciones estaba firmado por Queen. Desde el trabajo anterior habían dejado de lado los créditos individuales. Sin importar quién era el que aportaba la mayoría de las ideas, los cuatro compartían la autoría de los temas. Era una manera de reconocer la unión del grupo en los malos momentos, una reacción ante la enfermedad de Freddie. Eso tenía también consecuencias económicas: las regalías ahora se repartían en partes iguales. Y ya no había tantas peleas en el momento de decidir cuál serían los simples de difusión, al quedar los egos de lado. Ahora las canciones eran de todos. “Era algo que tendríamos que haber hecho hace muchos años”, explicó Brian May.
Los temas tuvieron diferentes orígenes. La que da título al álbum fue fruto de una tradición del grupo. Cada vez que se juntaban para iniciar la grabación de un disco, pasaban los primeros dos o tres días zapando. Esas improvisaciones los hacían entrar en calor, volver a tomar confianza, engrasar al grupo. En ese relajado proceso previo encontraron lo que luego sería Innuendo. Otros temas estaban destinados a ser parte del disco solista de Brian May. Pero los otros tres lo convencieron de que las comparta y de inmediato, con los aportes musicales de Deacon y Taylor, y con la voz de Freddie, se transformaron de inmediato en canciones de Queen.
All God´s People parecía condenada a no ver la luz. Escrita para Barcelona, el trabajo que Mercury grabó con la catalana Monserrat Caballé (Africa by night se llamaba en ese tiempo), fue dejada fuera del disco. Freddie la ofreció al grupo para The Miracle pero una vez más fue desechada. Finalmente fue aceptada para este trabajo. Tal vez, el motivo haya sido que el rápido reingreso en los estudios los haya dejado sin material y tuvieron que echar mano a canciones que en el pasado no los habían convencido.
These are the days of our lives nació de unos apuntes de Roger Taylor. Al escribir la letra tenía en mente a sus dos hijos. Recordaba momentos de la infancia de ellos con cierta nostalgia. Pero esos mismos versos cantados por Freddie, por ese Freddie final, adquirieron un nuevo significado. El mensaje era otro. Y estremecedor.
El trabajo anterior también había estado rodeado de incertidumbre. En esos años ser HIV positivo era una sentencia de muerte. En The Miracle el deterioro de Freddie ya era evidente para sus compañeros aunque no supieran con exactitud cuán grave era la situación. Por eso pequeños gestos, decisiones artísticas, se resignificaron con el paso del tiempo. En la tapa las caras de los cuatro están unidas, formando una sola. El último surco de su penúltimo LP lo reservaron para Was It All Worth It? (¿Todo esto valió la pena?), una especie de balance de la carrera. ¿Valió la pena entregar todo mi corazón, mi alma?, se pregunta el cantante. En Innuendo, lo que era incertidumbre y temores se convirtió en certeza: Freddie estaba muy mal, no tendría la posibilidad de participar en muchas sesiones más de grabación. El tema que eligieron para cerrar el disco, con la convicción que sería el último con Mercury, fue The Show Must Go On, otra evidente declaración de principios.
“Por dentro, mi corazón se está rompiendo, mi maquillaje se sale, pero mi sonrisa sigue ahí”, canta Mercury. Y eso era lo que estaba haciendo. La canción la había aportado Brian May. Al verlo derrumbado en un sillón, Brian le propuso a Freddie cambiar algunas partes y cantar él otras, las más exigentes. Freddie lo miró con sorpresa y hasta con cierta indignación. ¿Para qué estaba él ahí? Cantar era su trabajo y eso iba a hacer. Hasta el final. Estiró con lentitud el brazo derecho, agarró un vaso de vodka que descansaba sobre la tapa de un piano y lo terminó de un solo trago. Se puso de pie, con esfuerzo, como si cada movimiento de su cuerpo debiera ser previamente urdido, y con decisión dijo: “Lo voy a hacer yo”. Y lo hizo.
The Show Must Go On se editó como simple a mediados de octubre de 1991, para acompañar el lanzamiento del segundo volumen de los Grandes Éxitos del grupo. Un mes antes de la muerte de Freddie Mercury.
Los videos, piezas indispensables para el éxito de un disco y campo en el que Queen fue pionero con Bohemian Rhapsody, mostraron también, a su modo, la fragilidad de Freddie. Blanco y negro, difuminados, animaciones, grandes capas de maquillajes y pelucas. Modos de que no fuera tan evidente el avance de la enfermedad. Pero dos de esos videos son los que más impacto producen. El de The Show Must Go On es como un grandes éxitos visual del grupo, viejos buenos momentos de videos anteriores, el repaso a una carrera extraordinaria. El de These are the days of our lives conmociona. En él hay poco artificio, casi nada de camuflaje más allá del maquillaje. Freddie canta con emoción y fuerza (uno se pregunta de dónde la saca) enfrentando la cámara, enfrentando la situación. Está muy flaco, los pómulos se marcan, los ojos parecen más grandes, la piel traslúcida y los dientes enormes; se pueden adivinar cada uno de los huesos de esa cara. Freddie Mercury no se mueve. Los pies clavados al piso. Uno puede imaginar que a la altura de la filmación cada desplazamiento para él era un esfuerzo supremo. Pero la interpretación es enérgica, vital. Las manos subrayan las palabras y los ojos conservan el entusiasmo de antes.
Innuendo es el testamento musical de Queen y, muy especialmente, el de su cantante. Es complicado juzgarlo, a pesar de las tres décadas que pasaron de su salida, sin tener en cuenta las circunstancias en que fue grabado. Freddie Mercury decidió morir de la misma manera en que vivió: cantando. Atrás habían quedado esas demostraciones de energía en el escenario, shows impactantes con un despliegue vocal y físico extraordinario. Las fuerzas se habían esfumado, la salud lo había abandonado. Apenas se mantenía en pie. Libraba una batalla cuyo final era inminente. Sabía que le quedaba poco tiempo. No lo quería desaprovechar. Necesitaba hacer lo que mejor hacía. Cantar un poco más. Cantar hasta el final.