"Hombre ilustre que es respetado por sus cualidades y disfruta de especial consideración entre los de su clase o profesión". Esa es la definición de la palabra prócer. Cuesta encontrarle un "hueco" que la misma no cuadre con las aptitudes humanas y profesionales de Alejandro Sabella. Pachorra, a los 66 años y al fallecer ayer en Buenos Aires tras una extensa lucha contra el cáncer primero y posteriormente con sus problemas cardiacos, dejó un legado muy grande. Más allá de tener como asterisco saliente en su Curriculum vitae el subcampeonato Mundial en "Brasil 2014" y el título en la Copa Libertadores con su amado Estudiantes de La Plata en 2009, el zurdo generó infinidad de cosas buenas. De las que perduran en el tiempo. Les brindó conocimientos y emociones a sus dirigidos como por ejemplo a Lionel Messi quien lo elogió hace un tiempo con semejante frase: "Con Alejandro fue la etapa que más disfruté en la Selección: un fenómeno de persona y de técnico", lo ponderó.

Cómo habrá tenido autoridad moral Sabella, que aunque dirigió dos equipos (el Pincha y la Albiceleste), cuando tomó el cargo en la Mayor se presentó con un discurso de "otra época" pero que cimentó cuál camino quería para ese grupo que rozó la gloria en el Maracaná: "Allí tenemos la bandera argentina, creada por Manuel Belgrano. Él dio todo por la Patria, dejó su sueldo para hacer escuelas, y murió pobre. Es el ejemplo a seguir", se presentó aquel 5 de agosto ante los Messi, Agüero, Higuaín, Mascherano y Di María, entre otros. Fue con ellos que puso a la Argentina a un paso del tercer título ecuménico. Logró ensamblar egos, intereses y virtudes bajo un lema que jamás negoció: "El bien común por encima del yo, siempre. El día que perdamos la humildad habremos puesto el primer ladrillo para construir el edificio de nuestro fracaso", parafraseó en más de una charla técnica a Mahatma Ghandi. Y casi siempre cerraba sus exposiciones sobre "liderazgo" de idéntica manera: "No se olviden nunca de dos palabras que son fundamentales en la vida: por favor y muchas gracias".

Su retórica y la capacidad intelectual la potenció en sus dos años como estudiante de Derecho en la UBA. Pero el fútbol en esa juventud le tiró más y colgó los libros. Con pantalones cortos, debió "convivir" con la época dorada de otros "10": Maradona, Bochini y Alonso. "Uno debe ser humilde y comprender que hay otros jugadores mejores", destacó sobre su etapa de futbolista y ese "techo" que siempre tuvo.

Su trayectoria como ayudante de campo de Daniel Passarella le permitió seguir acumulando conocimientos. Hasta que en el 2009 y tras la salida de Leonardo Astrada de Estudiantes, se largó solo como DT. Lo sacó campeón de América, con la Bruja Verón de emblema, tras 39 años. Puso en jaque en el Mundial de Clubes al Barcelona de Guardiola y Messi, que recién se lo ganó en el suplementario con un "pechazo" del rosarino. Luego, Julio Grondona lo llevó a la selección a enderezar el barco tras el fracaso en la Copa América en casa del 2011. Tres años después, Argentina volvió a una final de un Mundial luego de 24 años. Por esas cosas del fútbol, y la vida, se quedó en la puerta. Pero como ocurre con los próceres, el paso del tiempo le valieron el reconocimiento tan merecido.