Señor director:

Una vez más deseo compartir con los lectores, aquellas anécdotas e historias que sucedieron en mi pueblo de la Cuarta Región de Chile. Una que se transforma en un collar de harina, regala sabores para alfajores, allá en la "lonja ribereña". Cuando las moneditas caseras ayudan al presupuesto familiar o personal en cualquier rincón del mundo. Donde el pan artesanal requiere de recetario exclusivo luego del proceso que termina en el horneado final.

Es que el alfajor consiste en un panecillo pequeño o mediano hecho con pasta de harina flor o maicena mezclada con otras especias confitadas o naturales. Pertenece al grupo de la dulcería criolla o internacional: aloja, galletas, tortas y otras. Su consumo es atemporal. En cambio, la sopaipilla se consume más en la temporada invernal. En Chile hay ciudades y pueblos famosos por sus productos de repostería: Las Rojas con sus dulces; Curicó y sus tortas y La Ligua con sus empolvados.

Las exquisiteces de la iniciativa repostera tradicional retoma terreno perdido por las ofertas con envases atractivos y precios tolerables. En tiempos de crisis o jolgorio surge la idea de hacer algo: amasar o fabricar aquella golosina de los abuelos. Así, por años, la partida de alfajores sirvió para paliar los gastos de educación en los hijos.