Fue una ceremonia llena de silencios y significados. El simple protocolo de depositarlo mansamente en el lugar donde iba a descansar. Lo hice con suavidad, como quien deja en la cama un niño que acaba de dormirse. Me pareció que los torpes terrones de arena húmeda que lo iban como arropando, le estaban haciendo daño. Pero era inevitable, y se me puso en la mente, si acaso no sentiría frío esa noche de agosto, la primera que dormiría afuera, a la intemperie, lejos de la camita que diligentemente le preparábamos cada noche.

"No quiero más perro en casa", había dicho mi mujer cuando se nos fue "Alco", nuestra anterior mascota, el manto negro que acompañó la niñez de nuestros hijos, hasta que les llegó la adolescencia. Nunca creí que aquella muerte pudiese producir tan desgarrador efecto. Cuando la ví llorar en las habitaciones, evitando mirar el entierro en el fondo de casa. Ese acto que emprendí acompañado por el dolor silente de mis pibes. No soportaríamos otra circunstancia igual, de ahí aquella decisión. Sin embargo, llegaron los nietos. Al poco andar tuvimos que aceptar que un perrito sería el complemento idóneo para un crecimiento armonioso, en el tuteo permanente con el amor que proponen esos seres que, erguidos en sus cuatro patas, no saben otra cosa que prodigar cariño sin medida. Y así fue que llegó Nacho, el "beagle" que acaba de dejarnos.

Mi nieto Ian le escribió: "Nachito, te vamos a extrañar y vas a estar siempre en nuestros corazones. Para mí no te fuiste. Te voy a mantener con vida para siempre en mi corazón. Te voy a recordar siempre con esa mirada tan inocente y llena de amor que siempre tuviste, desde el momento en que llegaste, hacen ya siete años, hasta el momento en que partiste. Esta foto habla por sí sola. Todo lo que vemos en tus ojos, es lo que le dejaste a tu familia. Te amamos".

Sabía todos mis gustos, mis manías y recreos. Creí que escribiendo sobre él, aplacaría más rápidamente la angustia por su ausencia, pero no es así. No me alcanza con sentarme en el jardín, frente a su pequeña tumba a rumiar estos recuerdos, como hacía con los huesos que quedaban de los asados. Su día de máxima alegría.

Finalmente, va este recuerdo de mi nieta Melanie, que no dejan lugar a que se diga una palabra más: "¡Me da tanto dolor saber que ya no estás! Dolió tanto entrar a la casa y saber que ya no ibas a aparecer más por detrás de la puerta, a recibirnos moviendo la cola, tirándote encima para llenarnos de besos. Años llenos de amor desinteresado. Fuiste muchas veces mi pañuelo de lágrimas y te echabas al lado mío cuando presentías que me sentía triste. Me acuerdo intacto el día en que te trajeron a casa, envuelto, siendo tan chiquitito. ¡Tenía tanta felicidad, que desbordaba! Llenaste cada rincón de mi corazón con todo tu cariño. Muchos dicen que cómo puedo sentirme tan mal con la muerte de un perro, si sólo es un animal. Ese animal, mi animal, fue mucho más que eso. ¡Fue familia¡ Te extraño tanto bebito mío. Como me gustaría que hubieras sido eterno. Te amé y te amo. Fuiste lo mejor, Nachito".