Sin igualdad ante la ley, y sin respeto hacia todas las opiniones, no es posible hablar de deliberación. Y sin deliberación, el ideal de democracia representativa se diluye.
En sociedades plurales como la nuestra, es inevitable la coexistencia de diferentes miradas sobre un mismo tema. Ello reclama la presencia de procesos deliberativos en los espacios de decisión. La deliberación es una herramienta eficaz que permite articular cosmovisiones distintas y evitar fundamentalismos ideológicos. Cualquier instancia de participación plural debe estar atravesada por la deliberación: el aula, la empresa, las instituciones, la universidad, el trabajo, la política.
Esencialmente, la deliberación es una actividad de la razón, por la cual analizamos detenidamente una decisión antes de adoptarla. En toda deliberación existe confrontación de posiciones: sin desacuerdos la deliberación carece de sentido. Quien interviene en una deliberación expone sus ideas, argumenta y las contrasta con las ideas de los demás. Por ello es necesario además de ideas claras, tener argumentos para sostenerla, destreza comunicacional, capacidad de escucha, respeto a la opinión del otro y prudencia.
Esto nos lleva a recordar que en un Estado de derecho como el nuestro, el pluralismo ideológico/cultural se canaliza a través de la democracia representativa. En ella, el poder político procede del pueblo, pero es ejercido por medio de sus representantes, elegidos por el voto. Estos representantes que participan activamente en los diferentes partidos políticos, expresan ese pluralismo de ideas y cosmovisiones.
La columna vertebral de las democracias deliberativas es el principio de igualdad política, garantizado en la medida que esté asegurada la igualdad ante la ley (Isonomía) y el derecho a expresar las ideas (Isegoría). Ambos principios que nacieron en la antigua democracia ateniense (siglo VI aC), actúan como termómetro de legitimidad representativa de una democracia. Sin igualdad ante la ley, y sin respeto hacia todas las opiniones, no es posible hablar de deliberación. Y sin deliberación, el ideal de democracia representativa se diluye.
El legado de Atenas que inspiró los ideales y la lucha de tantos hombres y mujeres que fundaron nuestra república, nos urge a transitar caminos de encuentro, donde la deliberación expresada en consensos se manifieste en políticas públicas dirigidas al bien común. Pero convengamos que difícilmente se podrán lograr estas premisas en climas hostiles, impregnados de violencia verbal y simbólica.
A nadie escapa que nuestra sociedad evidencia una preocupante tendencia a las fragmentaciones e incapacidad para el diálogo. La Casa de Las Leyes, con paredes de cristal, muestra escenas de la vida política reñidas, a veces, con el espíritu de las democracias deliberativas. Ello nos lleva a la necesidad de promover un nuevo estilo de liderazgo basado en el servicio al prójimo, en la capacidad de actuar y tomar decisiones éticas y de liderar éticamente los procesos que terminan en una decisión colectiva. Líderes éticos cuyo compromiso político implique, tal como señala el Papa Francisco: la preocupación por la salud de las instituciones de la sociedad civil, y el deseo profundo de cambiar las realidades sociales injustas (EG, 183).
Por Miryan Andújar, Instituto de Bioética. Universidad Católica de Cuyo (UCC).
