Miles de virus que aún no han sido descubiertos duermen en la naturaleza. En la mayoría de casos es probable que nunca oigamos hablar de ellos. Pero si la acción humana sigue invadiendo territorio salvaje, aumentan las posibilidades de que agentes patógenos salten de un murciélago que vive en el bosque al hombre. Esta es una de las líneas de investigación que la comunidad científica sigue desde hace décadas y hay equipos destinados a rastrear dónde hay más probabilidades de que un virus invada el cuerpo humano. “La gente tiene que entender que todo esto está pasando porque estamos alterando el ecosistema rápidamente”, señala el biólogo Carlos Zambrana–Torrelio.
Zambrana-Torrelio forma parte de EcoHealth Alliance, un equipo de científicos encabezado por el doctor Peter Daszak. Este grupo rastrea el globo desde hace 15 años en busca de virus en especies salvajes susceptibles de saltar a los humanos. Han hecho pruebas en lugares como Liberia, Malasia, Bolivia o México. "La mayoría de los países no tienen una autoridad que se encargue de la relación entre animales salvajes y salud y, como hemos visto, es algo en lo que hay que invertir", señala su compañera Catherine Machalaba en una conversación conjunta vía Skype. Entre 1980 y 2013 hubo 12.012 brotes documentados que afectaron a 44 millones de personas en todo el mundo y la tendencia es creciente.
Lo primero que hacen estos científicos es presentarse a los miembros de la comunidad en la que van a investigar y explicarles detenidamente por qué están allí. A continuación, colocan algunas redes en el bosque que atrapan los especímenes que van a analizar, en general murciélagos. Una vez que el animal queda atrapado, toman muestras de su orina, su sangre y su saliva y las guardan en nitrógeno líquido. “Realizamos esta tarea muy protegidos, con guantes, máscara”, explica Zambrana-Torrelio. Esas muestras se analizan, cuando es posible, en laboratorios del propio país. Esto da la oportunidad a estos investigadores de formar a científicos locales para que sean ellos mismos los que realicen esta labor de vigilancia.
En cada muestra, estudian la presencia de hasta 25 tipos de virus. Si encuentran alguno, extraen el ADN y lo introducen en una base de datos en la que científicos de todo el mundo vuelcan sus resultados. “Si no se parece a ninguno de los otros virus clasificados en esa base, reportamos que existe un posible foco de una nueva enfermedad para los humanos”, apunta Zambrana-Torrelio. El investigador apunta que el coronavirus que empezó en Wuhan es similar en un 96% a otro que encontraron hace dos años en la misma región. “En un mundo ideal podríamos realizar un seguimiento de todos estos microorganismos, pero la realidad es que no hay financiación que cubra esta vigilancia”, señala.
“Nosotros llevamos tiempo diciendo que hay una posibilidad de que algo así [Covid-19] ocurra, pero es muy difícil convencer a alguien de que hay que destinar recursos a una amenaza que no es inmediata”, secunda Machalaba. Se estima que dos terceras partes de las enfermedades emergentes tienen su origen en la fauna.
El equipo ha creado una base de datos en la que incluyen todos los brotes de los últimos 70 años y la van actualizando. En ella están, por ejemplo, el ébola o el SARS. El grupo publicó un primer artículo en 2008 en el que incluían un mapa de lo que ellos denominan "puntos calientes de enfermedades infecciosas emergentes". Este mapa se actualizó en 2017.
A través del estudio de las mismas han concluido que existen una serie de factores que desencadenan la aparición de nuevas patologías que afectan a los humanos. Los principales son las grandes aglomeraciones o desplazamientos humanos, la existencia de muchos mamíferos, mezclar especies que en el entorno natural no se juntarían (como sucede en los mercados callejeros), y arrasar bosques para darles usos agrícolas —la deforestación está directamente relacionada con el 31% de los brotes—. Si miramos estos detonantes, Wuhan reúne prácticamente todos. Pero también muchos otros sitios. Zambrana pone como ejemplo Borneo, donde lo que antes era un enorme ecosistema de árboles y plantas ha dado lugar a inmensas extensiones de plantaciones de palma.
“Tenemos que ser conscientes de que se estima que hay 1,7 millones de virus que todavía no conocemos y que están donde han estado siempre: en la naturaleza. Por eso, siempre y cuando mantengamos la distancia que ha existido siempre, se reduce el riesgo”, apunta Zambrana-Torrelio. “Lo importante de estas investigaciones es que realmente muestran que hay medidas que podemos tomar para reducir la frecuencia y la probabilidad de futuras epidemias. Las comunidades en las que investigamos a veces llegan a un nuevo lugar y, como no tienen una fuente de alimentos, tienen que buscarla”, indica Machalaba.
Según estos expertos, los políticos tienen que jugar su papel y plantear proyectos de desarrollo que no pongan en peligro la salud humana. Es decir: asegurarse de que una comunidad tiene una fuente fiable de alimentos y no tiene que recurrir a la vida salvaje, donde duermen centenares de virus ajenos al ser humano. "Desde luego, lo que está muy claro es que hay que reducir el impacto ecológico y esto implica, por ejemplo, hacer cambios en el sistema agroalimentario", apoya Rafael Ruiz de Castañeda, ecólogo e investigador en la Universidad de Ginebra.
Ruiz de Castañeda forma parte de un gran grupo de profesionales de todos los ámbitos de la ciencia que trabaja bajo la estrategia conocida como One Health (Una Salud). La Organización Mundial de la Salud define este enfoque como el diseño de "programas, políticas, legislación e investigación en los que múltiples sectores se comunican y trabajan juntos para lograr mejores resultados de salud pública". Es decir: matemáticos, veterinarios, biólogos, epidemiólogos y un largo etcétera de especialistas remando juntos.
Cristina Romanelli es una científica que trabaja para la ONU en el programa de biodiversidad y salud de la OMS. "Hemos estado haciendo la vista gorda durante muchos, muchos años en muchos, muchos países. Sabemos que tenemos enfermedades zoonóticas [originaria de un animal] que se contagian a las poblaciones humanas desde hace mucho", apunta por teléfono desde Canadá. "No estamos considerando que tres cuartos de los ambientes terrestres y alrededor del 66% del medio marino han sido alterados significativamente por acciones humanas".
"El cambio en el uso de la tierra y el mar no solo es el principal impulsor de la pérdida de biodiversidad, sino también de la aparición de enfermedades infecciosas", puntualiza la experta.
Rafael Ruiz de Castañeda codirige la unidad de One Health en la Universidad de Ginebra. "Todos estos datos nos llevan a concluir que hay que analizar este problema desde muchos puntos de vista, como el epidemiológico, el sociológico, el económico, el ecológico…", completa. "Solo un 3% de la financiación se dedica a la prevención y el 97% se destina a la respuesta cuando ya ha surgido el brote", secunda Romanelli. La especialista piensa, como muchos otros colegas, que la comunidad global finalmente va a comprender la magnitud del problema de las enfermedades infecciosas, algo que no sucedió con el ébola, que se circunscribió a algunos países africanos. Es decir, a algunos países de ingresos bajos. “Sí, creo que esta vez aprenderemos por fin la lección que no quisimos ver con el ébola. No hay una sola nación que no se vea afectada por esto. Esta es, quizás, la llamada de atención más importante para la comunidad internacional”.
Estos días las redes se han llenado de una charla TED que Bill Gates dio en 2015 en la que alertaba de la amenaza latente de una epidemia mundial. El pasado septiembre la ONU recibió un informe de expertos en el que avisaban de que una crisis como la que se vive hoy podía suceder y no estábamos preparados. Incluso un simulacro un mes después ensayó la situación en un hotel en Nueva York. ¿Teníamos muchos avisos y no quisimos verlos?