"Pipí hace algo entrañable, se para frente a mí para que lo alce, entonces me abraza…".

Se para frente a mí para que lo alce, entonces me abraza.

Helada mañana de mayo. Salía al trabajo y veo en el jardín, mojado por la lluvia persistente, algo tirado, del tamaño de un puño; se mueve y rueda unos centímetros. Creí que era un pajarito preso de la helada. Impresionado, llamé a Cristina, mi esposa, y le pedí que viera qué podía hacer por el animalito. No me animé a tocarlo. "Es un gatito", dijo ella. Lo alzó con sumo cuidado en un trapito y vio que estaba herido y le faltaba la cola. Posiblemente atacado por un perro que lo consideró muerto. 

Cuando volví del trabajo, pensé que el animalito podría ya no estar vivo. "Está perfecto, lo arrimé al horno de la cocina y en pocos minutos comenzó a andar por toda la casa, con una notoria renguera", dijo Cristina. El veterinario observó que tenía quebrada la cadera; era tan pequeño que nada se podía hacer; que con el tiempo puede soldar sola. Así fue y Pipí -ese el nombre que elegimos- fue durante trece años un hermoso ejemplar de gato sin cola y uno más de nosotros.

Yo sabía que las vacaciones son enemigas de las mascotas, sobre todo de los gatos; sufren mucho nuestra ausencia, nos consideran como sus padres y ven en ella un abandono. Tuvimos muchos gatos y en casi todos apreciamos este doloroso efecto al volver de viaje. El recaudo de dejarlos con la asistencia diaria de algún familiar no alcanza, es casi un remedo de soledad y abandono de sus compañeros permanentes.

Cuando volvimos de vacaciones (como suelen hacer los gatos) Pipí nos pasó factura con un notorio desdén. Era el último gatito que nos quedaba.

Con los días, fue como que la tristeza se le hubiera venido encima más que sus 13 años. El veterinario diagnosticó algo que suele ser grave en ellos: insuficiencia renal, que afecta todos sus órganos. Sufrimos casi un año con sus vaivenes. Por ahí parecía salir del pozo y por ahí que se nos iba de a poco. El barranco sentimental por el que se nos deslizan cuando se enferman los seres queridos, como las mascotas lo son, es muy duro. Esa semana que comenzó a tener síntomas que me destrozaban como cuchilladas permanentes, creo fueron unos de los días más dolorosos de mi vida. 

Cuando se fue, entre desgarros que casi me era imposible pronunciar, le pregunté al profesional si era común sufrir tanto por un animalito, y me dijo que sí, porque son parte de la familia. Ya estoy seguro que la mascota pone todo su destino en nuestras manos y uno esto lo siente.

¡Cómo te extraño, Pipí! Algo me falta en la ausencia de tus saltitos para dormirte en mi falda cuando me sentaba a la mesa o frente al televisor; cuando acudías al trotecito desde el fondo, ante mi llamado. Un frío intenso viene enancado a tu alejamiento. Me falta la caricia de tus masajitos, el piropo de tus ronroneos, el amor regalado en tus dulces cabezazos, donde los gatos muestran que están al alcance de nuestro amor y que podemos contar con ellos. Ya no permitiré que la ingratitud de un abandono le cambie la vida a seres queridos. 

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.