
París, EFE
Con la etapa, de 165 kilómetros, que se disputará hoy, entre Le Puy-en-Velay y Romans-sur-Isère, se iniciará hoy la última semana del Tour de Francia. A la ronda gala le quedan aún dos etapas de montaña en Los Alpes, por lo que nada está decidido. En la media docena de ciclistas en una diferencia de dos minutos y entre ellos, tercero, a 23 segundos del líder, Christopher Froome, se encuentra el local Romain Bardet.
No es la primera, ni la segunda vez que Francia vuelve a soñar con un compatriota vestido de amarillo en los Campos Elíseos. El panteón de ciclistas que han fracasado en el intento de reemplazar a Bernard Hinault, el último que lo hizo allá por 1985 está plagado de nombres.Bardet se postula para convertirse en el nuevo inquilino de esa lista negra o a romper de una vez por todas un maleficio que dura 32 años de decepciones y lamentos.
Desde tiempos de Richard Virenque, a finales de los 90, Francia no había creído tanto en un ciclista. A sus 26 años, el ciclista del AG2R pasa por ser un perfeccionista enfermizo, un inconformista que cuida con mimo cada detalle para tratar de lograr la excelencia.
Tras haber ocupado el año pasado el segundo escalón del podium, Bardet afronta el Tour de Francia como su único objetivo vital. No solo deportivo, algo que ya hizo en pasadas temporadas, sino también en su vida, puesto que dejó en "stad bye’ sus estudios universitarios como contador.
"Desde que fui segundo el año pasado trato de no pensar solo en el Tour. Pero todo me lo recuerda’, asegura el corredor, que trata de sobreponerse a la oleada de pasión que se ha llevado por delante a tantos ciclistas franceses en los últimos años.
"¿Ganar el Tour? Estamos hablando de la carrera más importante del mundo. Eso no se programa, se consigue’, señala el ciclista. Bardet repite que no corre para ganar. Lo hace para que todos los elementos que están en su mano se dispongan en favor de la victoria. Por eso encandila a Francia, que ha encontrado a un quijote con sentido, un ciclista que persigue las dosis justas de inteligencia y de emoción.
En los Alpes, este ciclista tiene el terreno suficiente como para dinamitar una carrera que parece huérfana del dominio hegemónico que en los últimos años le había impuesto el Sky.
La bajada del Galibier, mañana, y el ascenso al Izoard al día siguiente aparecen como dos buenos trampolines para lanzarse de cabeza a la gloria.
