La historia nos ha enseñado que a Manuel Belgrano no solo hay que reconocerlo por haber sido el creador de la bandera nacional. Fue un prócer que además de contar con una preparación impecable en varias disciplinas tuvo una gran vocación de servicio, abocándose a solucionar los grandes problemas que por entonces tenía nuestra patria.
Cuando decimos que fue una figura clave dentro del proceso independentista, es porque estamos reconociendo que no solo estuvo a la altura de las circunstancias cuando se le asignaron tareas militares específicas, sino que también puso al servicio de la patria en formación sus habilidades como abogado, ecologista, diplomático, economista, vanguardista y revolucionario.
Por cada una de estas disciplinas Belgrano hizo aportes trascendentales, que demostraron su capacidad para estar en cada uno de los detalles que irían forjando a nuestra nueva nación. En una de sus publicaciones, el Correo de Comercio, el prócer se pronunció sobre la riqueza del país, el trabajo de la tierra, la función de los comerciantes y artesanos, la unidad de las naciones, temas que él consideraba básicos para que el pueblo americano lograra la felicidad.
Una de las facetas menos conocidas de este gran hombre fue la tenaz campaña de vacunación contra la viruela que llevó adelante como un objetivo primordial para garantizar la salud de la población. Hasta ese momento, en diez años de vida pública Belgrano había hecho de todo. Había sido miembro del gobierno; se había desempeñado como militar y había fundado pueblos y escuelas. Lo que le quedaba pendiente en ese momento era hacer frente a la enfermedad de la viruela que estaba causando estragos en la población. Con ese objetivo promovió una campaña de vacunación sin precedentes para la que contó con la colaboración del sacerdote llamado Saturnino Segurola, que durante varios años estuvo inoculando a la población más vulnerable.
Belgrano puso a disposición de la patria todos sus conocimientos adquiridos en Europa sin pretender nada a cambio, al sentirse moralmente obligado a contribuir con el surgimiento de la nueva nación.
Todo este aporte realizado en forma totalmente desinteresado no tuvo el reconocimiento esperado, a tal punto que al momento de la muerte del prócer ocurrida el 20 de junio de 1820, no se dispensaron los honores correspondientes, y su sepelio prácticamente pasó desapercibido para el pueblo argentino a quien tanto quiso y a quien dedicó tantos esfuerzos en vida.
