A tono con su segundo nombre, Mesías, muchos de sus seguidores lo ven como un salvador para un Brasil sacudido por múltiples crisis, económicas pero también morales e ideológicas. Jair Bolsonaro, el candidato favorito desde que se iniciaron las campañas, es la versión brasileña del fenómeno del populismo ultranacionalista global, que tiene como figuras destacadas en el mundo a Donald Trump, el italiano a Matteo Salvini o el húngaro Viktor Orban.

 

Líder del pequeño partido Partido Social Liberal (PSL) y fuerte aliado de los sectores más conservadores de la Iglesia Evangélica brasileña, reúne las características que llevaron al ascenso de esas figuras globales: una retórica nacionalista incendiaria, una presencia masiva en las redes sociales y un discurso de ataque frontal contra el sistema político convencional, enormemente desprestigiado en Brasil. Pero también contra los extranjeros, los negros, los indios, y los gays o las mujeres. No hay frente que no haya herido este controvertido político con siete mandatos consecutivos como diputado por Río de Janeiro.

 

Bolsonaro es un ex capitán del Ejército, que carece de antecedentes en casos de corrupción, cuyo discurso calzó profundo en la fuerte frustración de los brasileños por los escándalos de saqueo del Estado, y la pérdida de ingreso de amplias franjas de la población que en la reciente recesión perdieron 10% de su PBI per cápita.

 

La propuesta más destacada de Bolsonaro es la liberalización de la tenencia de armas para combatir la delincuencia, y su política económica se centra en las clásicas recetas liberales de mercado. Sin embargo, aparece rodeado de militares retirados de alta graduación a quienes se propone designar al frente de sus ministerios, pero que son poco afectos a la propuesta de amplia privatización que ha planteado el equipo económico del candidato.

 

En su larga carrera política, Bolsonaro ha pasado por nueve partidos distintos y muchas más controversias, siempre defendiendo posiciones radicales. En las hemerotecas abundan las imágenes de sus excesos en el Congreso, ya sea por insultar a sus rivales políticos, a menudo mujeres, o por hacer apología de la última dictadura militar brasileña (1964-1985). “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, soltó en una ocasión en 2008. A una diputada del PT llegó a decirle en el recinto que “no merecía ni ser violada” por ser demasiado “fea”. El político, descendiente de inmigrantes italianos y nacido en Glicério, en el interior del estado de Sao Paulo, también es conocido por sus diatribas contra negros, indígenas y homosexuales.

 

En la era de las exaltadas campañas virales en las redes sociales, Bolsonaro busca el contacto permanente con sus simpatizantes a través de Twitter, como Trump, y suele cargar contra los medios, a los que acusa de ser parciales.