No hay dudas de que Carlos Monzón es el mejor boxeador argentino de todos los tiempos y también uno de los más respetados a nivel mundial. Poco a poco se volvió invencible para sus rivales gracias a su entrenamiento, su gran técnica y también a la “ayuda” de la Difunta Correa, de quien se convirtió en un devoto que siempre le cumplió, en persona o mediante un enviado, pero siempre le agradeció a la leyenda sanjuanina por haber sido parte de sus históricos logros.
El 7 de noviembre de 1970, Monzón consiguió el título mundial de los medianos al noquear a Nino Benvenuti en Roma y luego, como él no pudo viajar a la provincia, hizo llegar el pantalón con el que peleó aquella noche a través de un cuñado de Amílcar Brusa, su entrenador. Después llegó otra defensa ante el italiano en el ’71 y, en el ’72, cuando al conseguir retener el título por quinta vez, pudo concretar su visita a Vallecito.
Fue un 29 de agosto, tan solo 10 días después de haberle ganado por nocaut en el round 5 al danés Tom Bogs en Copenhague. Según cuentan las crónicas de DIARIO DE CUYO, aquel día en la redacción de este medio llegó el dato de que Monzón estaba en la Difunta Correa y de inmediato un equipo periodístico partió rumbo hacia el paraje caucetero.
Lo encontró en la Estación de Guayama y allí un periodista le realizó una breve entrevista al campeón mundial. “Soy devoto de la Difunta Correa desde que sé de ella. Hoy (por aquel 29 de agosto) vine a cumplir otra promesa que le había hecho, consistente en dejarle el pantalón que usé en la pelea con Tom Bogs”, fueron las primeras palabras del nacido en Santa Fe que en ese momento tenía 30 años y estaba acompañado de un hermano y dos cuñados.
Monzón explicó que después de la pelea con Benvenuti no pudo venir a la provincia, por lo que la de ese día era su “primera” visita al santuario. “He quedado impresionado con las cosas que hay y lo bonito que es el paraje. Imagínense la fe que le tengo, me ha ayudado y tengo que seguir cumpliéndole”, expresó el multicampeón.
En otros pasajes de su viaje relámpago a San Juan en su lujoso auto Comahue, contó detalles de cómo iba a seguir su carrera, si iba a retirarse (después llegarían 9 defensas más de su título) y también sobre, hasta ese momento, el rival más difícil que tuvo, que fue Emile Griffith, al que venció por KO en el round 14, en una pelea desarrollada el 25 de septiembre de 1971 en Buenos Aires. “Al final le gané por nocaut técnico, pero sin dudas fue el más complicado que enfrente”, admitió el ídolo argentino.
En el final de aquella histórica nota, los periodistas de este medio no perdieron la oportunidad y aprovecharon para preguntarle a Monzón sobre Víctor Echegaray, uno de los boxeadores sanjuaninos más importantes que el 5 de septiembre de ese año peleó por el título mundial (fue víctima de uno de los robos más grandes de la historia del boxeo ante el filipino Ben Villaflor). Y, sin dudarlo un segundo, el multicampeón no evitó elogios: “Tengo una confianza bárbara en él. Víctor pega arriba, pega abajo, pega por todos lados, pero pega siempre. Porque para ganar el campeonato del mundo no hay que ir con estilo sino pegar, pegar siempre para voltear al rival”.
Así fue la primera visita del gran Carlos Monzón a la Difunta Correa, un 29 de agosto del ’72. Dueño de una carrera brillante, le cumplió una promesa a la leyenda religiosa dejando un histórico pantalón, se fue admirado por el santuario de Vallecito y, de paso, habló de su actualidad deportiva y también reconoció al boxeador sanjuanino. Histórico.