Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que se celebran hoy, pueden ser históricas en cuanto a la participación de la ciudadanía en un país donde el voto es optativo, y la concurrencia de entre 150 y 160 millones de personas estimada por los analistas es más valorada por las restricciones impuestas por la pandemia. Sin embargo el récord participativo lo marca el voto anticipado por correo con cifras sin precedentes que podrían señalar la mitad de la concurrencia total.

Donald Trump ha buscado su reelección con la estrategia del miedo como lo hizo en la campaña de 2016 con la supuesta amenaza de la inmigración que desplazaría a los norteamericanos de sus fuentes de trabajo y alteraría estilos de vida. Ahora agitó los temores del confinamiento nacional y las pérdidas de las libertades junto a una gran depresión económica si gana Joe Biden, su rival demócrata con una ventaja de 7,7 puntos sobre los 1,3 del presidente, según los sondeos hasta el fin de semana.

Los argumentos republicanos para reelegir a Trump no parecen sensibilizar a los votantes moderados o independientes, que antes lo apoyaron, y el objetivo de campaña apuntó a desanimar a quienes disgustados con Trump por la gestión en la pandemia se plantean votar a Biden. El presidente no tiene muchos logros para rescatar y sí políticas fallidas frente a la crisis sanitaria, en tanto Biden promete escuchar a los científicos antes de aventurar remedios milagrosos o directamente subestimar al Covid-19.

Para los norteamericanos las encuestas dejaron de ser confiables, recordando las frustraciones de las presidenciales anteriores que dieron por seguro el ingreso de Hillary Clinton a la Casa Blanca. Sólo el historiador Allan Lichtman, quien dijo que Trump ganaría en 2016 contra todo pronóstico, asegura el triunfo inobjetable de Biden basado en un análisis sobre 13 claves que le llevaron a acertar el resultado de todas las elecciones en EEUU desde 1984.

Pero no hay vaticinio válido si ronda el fantasma del Colegio Electoral. Recordemos que el presidente estadounidense no es elegido directamente por los votantes sino por un órgano intermedio, donde el peso de cada Estado se decide en función de la población, de manera de equilibrar el protagonismo institucional de los grandes y los chicos. En este siglo ya hubo dos sorpresas frustrantes para el sufragante: Al Gore, con más de tres millones de votos a su favor perdió en 2000 contra Bush, y hace cuatro años el magnate republicano bajó a Hillary Clinton.