Escribió desde siempre, como necesidad personal y sólo los más cercanos sabían de esa habilidad que tiene Héctor Aballay, ex encargado del Teatro Sarmiento, que hoy mostrará al público con la presentación de su primer libro: El último Dragón, en microcine Biblioteca Franklin a las 18.

Se trata de una publicación con 37 poemas y más de 10 cuentos cortos que Aballay decidió publicar, un poco por la insistencia de uno de sus cuatro hijos y con el apoyo de SADE.

Histórico técnico del teatro, se desempeñó como encargado de la sala los últimos once años, hasta su jubilación el año pasado. Aballay es un hombre conocido en el ambiente artístico; alguien que vio pasar y colaboró con al menos dos generaciones de artistas sanjuaninos y ahora se pone en la vereda del frente para mostrar su propia obra.

"Nunca tuve muchas intenciones de publicar, lo hacía por satisfacción personal. Un poco empujado por uno de mis hijos que me decía ‘plantaste un árbol, nos tuviste a nosotros y si tenés material para un libro, mandate’", contó a DIARIO DE CUYO.

Se confiesa un fanático de los libros en formato tradicional. "Leo muchísimo, pero no me gustan los PDF, me gusta la textura del libro, el olor. Lo mismo a la hora de escribir, me gusta el papel", dice Aballay, quien además aseguró que fue difícil la selección para este libro debut. "Los poemas son como pequeños hijos y uno no quisiera tener preferencias por encima de otros", apuntó.

El escritor, que hoy tiene 67 años, posee cientos de anécdotas por su trabajo en el Teatro Sarmiento durante 32 años, al que define como una ocupación especial, con "desafíos diarios". Hablando con él, las anécdotas fluyen. "A nivel nacional vi a casi todos y nivel provincial, no conozco la última generación, pero vi los primeros pasos de Patricia Savastano, Juan Carlos Carta, todos bajo la dirección de Oscar Kummel; también trabajé con Oscar Donaire, Franco Russo, Sergio Roldán. Toda esa gente… Ahora es fácil para los sonidistas, ponen un CD y tienen todos los efectos que quieran, en cambio lo nuestro era artesanal, hacíamos truenos con una lata, en vivo, disparos con una madera… una vez grabamos el agua de los mingitorios del baño para hacer una cascada", recuerda el hombre que ahora tiene su nombre en imprenta.