Guste o no, el Episodio IX de Star Wars le da una forma perfectamente circular a la saga completa iniciada hace 42 años: la conclusión es una vuelta a las raíces, casi perfumada de remake, pero aggiornada al público millennial. Es una parábola que sigue girando, que se llena de autorreferencias a sus orígenes pero que al final cierra. Y cierra bien.
El éxito probado del retorno de los viejos héroes en el arranque de la última trilogía quedó establecido como fórmula. Así como en el Episodio VII Luke Skywalker, Leia, Han Solo y Chewbacca le dieron densidad propia a la entrega, ahora la referencia a aquellos (y otros) arquetipos de la Rebelión es uno de los temas dominantes. Su presencia a veces sobrevuela el relato, otras veces le da de lleno como un bombazo. Hay retornos que dan gusto y otros que suenan forzados, pero todos cumplen con efectividad su misión de susurrar sabiduría al oído de los nuevos héroes, menos solemnes y ortodoxos que sus predecesores, pero a la vez con un sentido de comunidad y cooperación global mucho más agudo.
"El ascenso de Skywalker", sin embargo, apenas chapotea ante la profundidad filosófica de la trilogía iniciada a fines de los ’70. La sagacidad de George Lucas, fino observador de los mitos fundacionales, había radicado en llevar la pelea entre el bien y el mal al extremo de los planteos del individuo. Sus personajes libraban luchas internas y disrupciones metafísicas antes de lanzarse a los duelos con blasters o sables de luz. El lado oscuro de los Sith y del inefable Darth Vader, así como el lado luminoso de Kenobi, Skywalker, Yoda y toda la Orden Jedi, personificaban siglos de religión, mitología e historia de la moral.
Los nuevos héroes, incluso encolumnados tras el salto de madurez de la joven Rey, están más concentrados en la acción que en la reflexión sobre la Fuerza. A la mismísima heredera del sable de Luke, sus compañeros de la Resistencia le recriminan cada tanto enmarañarse en filosofía y quitarle tiempo a la acción. Se entiende, la galaxia está otra vez amenazada por un arma poderosísima en manos de la Primera Orden, y de este lado de la guerra fluyen las hormonas. Están más comprometidos que antes, pero qué se la va a hacer: en el fondo, Finn y Poe Dameron son dos jodones bárbaros que destilan adrenalina y desafío.
Pero en su favor, hay que admitir que la acción está muy bien puesta al servicio de la narración. Mientras el relato evoluciona en torno a dos conflictos principales, entre medio suceden microrrelatos que nacen y se resuelven en modo hipervelocidad. No es fácil tener a un espectador dos horas y media concentrado y agazapado por lo que está por venir. El aparato creativo de Disney, viejo zorro en el negocio de contar historias, lo logra con creces.
Las batallas son épicas. Lo que ya era grande, en este episodio se vuelve monumental. Lo que corría rápido, ahora vuela: "¡Ahora vuelan!", refunfuña Poe cuando huye con sus amigos, perseguidos desde lo alto por dos soldados de asalto, impulsados por propulsores portátiles. Y es un guiño al público más veterano de Star Wars. Sutil y certero como la advertencia que le hace la experimentada Leia a la aprendiz de Jedi, Rey: "Nunca subestimes a un androide". Exacto, observador: nunca subestimen el poder narrativo de una buena trama de acción.
Las escaramuzas digitales y el enorme despliegue de luces y láseres avanzan como un oleaje en torno a la historia vertebral. Aparecen breves tensiones, los personajes se crispan, el asunto se resuelve y a otra cosa. Son hipervínculos llevados al lenguaje de la pantalla grande. Pero armonizan, en ese manejo oscilante del tempo narrativo, con la evolución más densa de los dos conflictos principales. El primero, la irrupción de un nuevo enemigo, más poderoso que todos los anteriores, que anda con muchas ganas de destrozar todo. El segundo, la misteriosa Rey en el rompecabezas de la Fuerza: quién es (su origen) y de qué es capaz (su destino). Ambos ejes, que parecen paralelos, en un momento crucial se juntan. Y ahí sí que se arma la gran gorda universal. Es uno de los más claros clímax de la película, a la vez de uno de los más esperados por aquellos que siguieron cuadro a cuadro la saga completa.
Justamente en torno a Rey y, en menor medida, a su némesis Kylo Ren, asoman los mayores arrojos argumentales, aquellos que coquetean con la profundidad de la saga original. En ellos reaparece el eje de la redención como vehículo de liberación. El nuevo ser sobre las ruinas de otro ser. El sacrificio para la trascendencia. Y también sobre ellos sobrevuelan los fantasmas de los viejos guerreros, vivos y muertos, a través de íconos no aptos para fans muy emotivos, como los despojos del casco de Vader, el sable recuperado de Leia, los consejos de un Lando Calrissian que conserva mucho brillo en los ojos, el renacer de un viejo X-wing de Skywalker y algunas presencias más impactantes todavía.
Sobre el epílogo, todo empieza a aclararse y a decantar. La intriga, a esa altura, es cuál será el costo de un duelo final para la cultura Star Wars. Ganen los buenos o los malos, ¿cómo hará después el vencedor para sobrevivir a la ausencia de un enemigo? La respuesta, en el último acto, cierra. Y al mismo tiempo suma nuevos interrogantes. Guste o no, se termina abrochando un círculo. Llevará años y mucho ingenio romperlo con el encanto de algún sorpresivo Episodio X, si es que la Fuerza lo acompaña.
A sala llena
El avant premier de "El ascenso de Skywalker" fue a sala llena en un cine local apenas iniciado el jueves, con algunos personajes de la película paseándose entre el público en la fila. Y anoche se hizo el estreno formal en todo el mundo.