¿Cómo hacer para crecer, si lo que traba el crecimiento es que se esté creciendo tanto?
No era un trabalenguas, ni un acertijo, ni un guiño de cinismo. Era la pregunta que les quitaba el sueño a las autoridades locales al comienzo de los cincuentas. El cementerio de adobes quedaba atrás, el nuevo San Juan avanzaba a paso firme. Pero tanta obra se daba de narices contra una realidad que había que solucionar de inmediato: ya casi no alcanzaban el cemento ni la electricidad para seguir al mismo ritmo.
Entonces el entretejido político volvió a moverse y dio dos pasos fundamentales en la misma semana, en septiembre de 1950. El primero fue aprobar de inmediato una ley que permitiera la instalación de una fábrica de cemento portland, la primera en la provincia. El segundo fue conseguir de la Nación, en préstamo provisorio, un gigantesco grupo electrógeno hasta que se construyera las líneas eléctricas necesarias para alimentar los barrios y edificios nuevos.
Ahora sí se crecía para crecer. La palabra reconstrucción ya tenía otro sabor para los sanjuaninos.
El editorial de DIARIO DE CUYO lo contaba así por esos días: "Se constata una perspectiva promisoria, que la brindan nuestra dinámica economía, nuestro perfeccionado sistema político-institucional y nuestro humanizado ambiente social, como expresiones auténticas de la obra gubernamental del peronismo".
Como siempre, el contexto político lo determinaba todo. La doctrina peronista llenaba horas de debate de teóricos en Buenos Aires. Pero su verdadera aplicación en terreno, donde se veía los pingos, sucedía en San Juan.
Ayudar a la provincia en desgracia era el tubo de ensayo perfecto para las nuevas políticas sociales. Hacia abril de 1951 ya se había construido unas 8.200 viviendas con fondos estatales, de las 13.000 que había devorado el sismo siete años antes.
Incluso la naturaleza de la obra pública ya no era la misma. Durante los ’40 se atendió la urgencia, a los tropezones y con poca previsibilidad. En los ’50 en cambio se amplió la mirada. En cuatro años, la red vial creció de 800 a 1.550 km de caminos pavimentados. Y la Nación envió varios cientos de millones de pesos para construir o mejorar veredas, acequias, arbolado público y canales de riego.
La nueva discusión en San Juan ya no era a quién le ayudaban con las casas económicas, sino cómo se planificaba la nueva ciudad. Los arquitectos e ingenieros mandaban sus cartas al diario opinando, criticando, aportando. Algunos profetizaban una anarquía del sistema vial. Otros elogiaban el trazado moderno que hacía punta en el país.
Pero aún convivían con la ciudad reconstruida, incluso en pleno centro, restos de fachadas de adobe, dolorosos cadáveres urbanos a medio voltear y que hacían que la historia reciente de muerte y destrucción sobrevolara el avance febril de los blocks de cemento.
El tema preocupaba en el Consejo de Reconstrucción, que empezó a intimar con más frecuencia a los propietarios para que terminaran de deshacerse de los adobes. Casi se duplicó el monto de las multas a los incumplidores. Para avanzar con lo nuevo, no podía seguir lo viejo. Se reforzó la política de expropiaciones, llegaron nuevos fondos para comprar lonjas de terreno que quedaran hacia delante de las líneas de edificación. La cosa iba en serio. El dueño de un caserón señorial de adobe, desvencijado por el terremoto, tuvo que resignarse a que le bajaran con la topadora su vieja mansión, justo en la esquina de Mendoza y Mitre, por no haber cumplido con el plazo oficial.
El primer Plan Quinquenal de Perón, que apuntaba a desarrollar la economía y la industria con inversiones, estatizaciones de servicios y generación de universidades públicas, tenía en carpeta la construcción de 350.000 viviendas. La afinidad partidaria con el gobierno provincial le daba a San Juan un lugar de privilegio en la lista. Eso se acentuó más aun en la carrera previa a las elecciones de 1951, las primeras con el voto de mujeres y varones por igual en Argentina. Cada acto público venía con nuevas inversiones. La campaña estaba totalmente teñida de anuncios e inauguraciones de escuelas, acequias, canales y tendidos eléctricos.
Con Perón reelecto para presidente y Rinaldo Viviani elegido gobernador (sucedió a Elías Amado, ministro de Godoy que asumió cuando este falleció), todo estaba encaminado para que San Juan cerrara el capítulo de la tragedia y completara su metamorfosis.
Pero los planes debieron ser congelados. Nadie esperaba lo que venía a continuación.
OTRA VEZ
Apenas pasaba el mediodía del 11 de junio de 1952. Hacía mucho frío, pero en las calles se veía mucha gente que salía del comercio y de sus trabajos. De repente, un bramido feroz rajó el aire, superó el ruido de las máquinas viales y fue seguido por un movimiento que paralizó todos los corazones. Era un nuevo terremoto.
Todos empezaron a correr desesperados. De inmediato revivieron los fantasmas de la catástrofe cuyas huellas aún no lograban borrar. Empezaron a caer los viejos edificios sobrevivientes como si fueran de cartón. En medio del caos, un derrumbe aplastó entre los escombros a una nena de 5 años. Los transeúntes que atinaron a ayudar no pudieron hacer nada. Los gritos de la niña fueron ahogados por el polvo y su cuerpo quedó atrapado, inerte, pequeño y atroz en su sepultura impensada.
Fue el infierno. El miedo estaba más presente que nunca. Sobre todo en Zonda, Ullum y Pocito, los departamentos más impactados. El Gobierno debió mudar varias oficinas por cómo se habían deteriorado las construcciones, y la noticia no tardó en despertar la solidaridad de casi todo el país, alertado porque otra vez San Juan sufría lo peor de su naturaleza sísmica.
Sin embargo, repuesta la calma, los números fueron reveladores. El sismo del ’52 registró en ese momento una magnitud de grado 7 en la escala de Richter y una profundidad de 12 km, es decir, los mismos parámetros que en el ’44. Pero en 1952 el registro final fue de 2 muertos, y en 1944, de alrededor de 5.000. Semejante diferencia ante movimientos de igual fiereza tenía una sola explicación: el San Juan que se estaba reconstruyendo era mucho más sólido, bien hecho e inteligentemente calculado que el anterior. En medio del nuevo luto, era algo que ayudaba a renovar la fe.
Eso estimuló a continuar con las políticas de obra y planificación.
Sólo una semana después, la media de construcción era de unas 100 viviendas por día. Se volvió cotidiana la postal de soldados con el uniforme arremangado y trabajando codo a codo con los albañiles. Y finalmente Viviani mandó a la Legislatura el proyecto para crear el Instituto Provincial de la Vivienda, que empezó a ordenar de forma más sistemática la edificación y adjudicación de casas hechas con plata del Estado.
La reconstrucción parecía tener vida propia. Sobrevivió a acontecimientos sociales y políticos de cambios profundos, como la muerte de Evita en julio de 1952 y la Revolución Libertadora en septiembre de 1955, que provocó una masacre en Plaza de Mayo y expulsó del gobierno a Perón, sus funcionarios y su doctrina en pleno.
La dictadura, tanto con Eduardo Lonardi como con Pedro Eugenio Aramburu al frente del país, fue anulando uno a uno los cambios más significativos que había instituido el peronismo. Pero el Consejo de Reconstrucción de San Juan siguió no sólo en pie, sino reforzado además tras la intervención provincial de Marino Bartolomé Carreras, quien remodernizó el trazado de la nueva ciudad.
El gobierno de facto veía en Carreras al hombre capaz de darle cierto oleaje de popularidad, gracias a la efectividad de su gestión. Por eso festejaron tanto que, ante el particular estilo del funcionario, que se subió él mismo a una
máquina para voltear los escombros de un vecino rebelde, los sanjuaninos le abrocharan el apodo de "el Pibe Topadora".
Dos años después, y tras un largo debate, se decidió que la ciudad seguiría siendo reconstruida en el mismo sitio, y no mudada. En 1957, dentro de las cuatro avenidas céntricas, ya se habían alineado 672 edificios y quedaban 67 pendientes, y la construcción post ’44 ya ascendía a casi 12.000 obras, con un presupuesto acumulado superior a los 950 millones de pesos.
La década cerró con toda la provincia declarada oficialmente como zona sísmica, para que los habitantes de cualquier departamento pudieran acceder a los créditos de vivienda. Y San Juan, consolidado en su resurgimiento de entre los escombros, ya estaba en condiciones de montarse en la ola de los grandes cambios educativos de los sesentas.