Los miran dar una y otra y otra vuelta a la plaza, sudar a velocidad sobre la cinta y no los comprenden, no entienden cómo pueden disfrutar de lo que para ellos sería un sacrificio imposible, una meta inalcanzable. Para quienes -por el motivo que sea- el running no es una opción, caminar a paso ligero y con la técnica adecuada, tal la propuesta del power walking, puede resultar tentador y sumamente ventajoso.
El power walking es una disciplina atlética -fue incorporada oficialmente hace 20 años- y su origen se remonta a los grandes marchadores del siglo XIX. Es menos exigente a nivel físico que correr y, al ser de bajo impacto, las articulaciones sufren un desgaste menor.
No se trata de salir a dar una caminata relajada, sino de caminar a ritmo rápido, sostenido y vigoroso, controlando bien la postura del cuerpo. La técnica consiste en llevar los hombros hacia atrás, mantener la mirada al frente, el pecho y el abdomen activados, la rodilla delantera algo flexionada, los brazos doblados (no estirados) deben moverse alternativamente y siempre un pie debe estar en contacto con el suelo.
Entre los principales errores se cuentan desactivar el pecho y el abdomen, cruzar los brazos por delante del cuerpo, descolocar la cadera y forzar la elevación de la punta del pie o apretar las manos.
Los beneficios para la salud se asemejan mucho a los de correr, de acuerdo a un trabajo publicado en la revista de la Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés), que mostró que entre sus participantes los gastos de energía equivalentes por ejercicio moderado (caminar) y vigoroso (correr) produjeron reducciones de riesgo similares para hipertensión, colesterol elevado, diabetes tipo 2 y posiblemente enfermedad coronaria.
Un artículo de la Escuela de Salud Pública de Harvard añade que ambas actividades también favorecen la reducción de grasa corporal, mejoran el estado físico y la resistencia y fortalecen músculos y huesos. Tienen efecto protector sobre el corazón y el cerebro, reducen el riesgo de osteoporosis, fracturas y ciertos tipos de cáncer. Además, el ejercicio regular protege contra la depresión, ayuda a bajar el estrés y previene la pérdida de capacidad cognitiva.
Entonces ¿cuál es mejor? La respuesta no admite un ganador. Desde la prestigiosa universidad estadounidense sostienen que depende de cuál es el objetivo buscado (salud, recreación, bajar de peso, competición atlética) y de las necesidades personales y el estilo de vida.
“Caminar y trotar difieren cuando se trata de impacto e intensidad. Cuando caminás, un pie está en el suelo en todo momento, pero cuando trotás o corrés, estás completamente en el aire durante parte de cada zancada. Eso significa que aterrizás con mucho más impacto cuando corrés. Caminar es menos traumático y es menos probable que produzca lesiones musculoesqueléticas”, apuntan.
A menos que se tenga una discapacidad, caminar no requiere ninguna habilidad, entrenamiento o práctica, destacan. No se necesita ropa ni calzado especial. Y se obtienen beneficios tanto si se realiza una buena caminata de 40 minutos a una hora, que si se divide la actividad en varios bloques diarios.
La mayor intensidad es lo que le otorga al correr su principal ventaja, vinculada principalmente con la capacidad aeróbica y con el control del peso (en un estudio correr se relacionó con un mejor control de peso que con una cantidad comparable de caminata).
Se trata, entonces, de elegir la actividad que más convenga teniendo en cuenta gustos, capacidad física, objetivos; e incluso pueden combinarse. Lo importante es ponerse en movimiento