El cóndor, habitante natural de nuestras tierras, es considerado una de las mayores aves voladoras del mundo. Su rol en la cadena alimentaria lo convierte en elemento equilibrante del ecosistema, ya que sólo se alimenta de restos orgánicos de animales muertos. 

No es antojadiza la imagen del cóndor en esta reflexión, pues a través de él, la naturaleza procura sus propios equilibrios. Lo mismo sucede con nuestro cuerpo. Frente a perturbaciones del equilibrio interno del organismo, éste gestiona respuestas adaptativas con el fin de mantener la salud. A este proceso la Fisiología le llama homeostasis. Los mecanismos homeostáticos actúan mediante procesos de retroalimentación y control, que se activan para restablecer el equilibrio.

 

Dicho esto, cabe preguntarnos sí la sociedad tiene esa capacidad para contrarrestar sus desequilibrios. Calificamos así a aquellas conductas, decisiones, reacciones emocionales que ponen en peligro a la sociedad o alteran la armonía de la convivencia social. Pienso en guerras, genocidios, exterminios de pueblos enteros, pero también pienso en desequilibrios no siempre cruentos, aunque no por ello menos peligrosos, como son los actos de corrupción. 

¿Hasta qué punto la corrupción es un factor de desequilibrio social? La respuesta debemos buscarla en la dimensión social de la persona. Esta sociabilidad natural genera vínculos de interdependencia que fructifican en la solidaridad. La deshonestidad del corrupto no sólo corroe esos vínculos, sino que sumado a la impunidad moral, produce algo más peligroso aún: contagia. Un revelador estudio del University College de Londres publicado en Nature Neuroscience (Goode, E. 2016/1/11- Como crecen las mentiras: de pequeñas y egoístas a grandes y graves- The New York Times), encontró que el cerebro humano es capaz de aceptar y adaptarse a la deshonestidad.

Según este estudio, el corrupto comienza realizando pequeñas transgresiones hasta llegar a delitos de gran dimensión, bajo la mirada cómplice de las instituciones o de una sociedad que mira hacia otro lado. Tan peligrosamente desequilibrante es la deshonestidad del corrupto como la apatía moral de la ciudadanía. ¿Debe la sociedad regular sus desequilibrios como lo hace el organismo humano y la naturaleza?

Entiendo que no nos queda otro camino. La sociedad debe contrarrestar estos desequilibrios que socavan la convivencia social. La homeostasis biológica que realiza el organismo humano, debe hacerla la sociedad a través de procesos de autorregulación y control. Según Damasio, uno de esos procesos lo encontramos en las normas éticas (Damasio, Antonio, El error de Descartes, Madrid, Crítica, 2006). 

La Ética que acuñó Aristóteles cuatro siglos a.C., debe bajar de las abstracciones filosóficas y encarnarse en virtudes y deberes morales concretos. Más allá del sistema moral al que adhiramos, hemos de coincidir en la necesidad de que la ética recupere su dimensión normativa y orientadora de la conducta. Sólo así podrá contrarrestar los desequilibrios causados por comportamientos reñidos con los valores éticos.

Ahora bien, la eficacia reguladora de la Ética depende de dos condiciones: 1)- la existencia de un sistema de compensaciones y sanciones para prevenir actos de corrupción y, 2)- la decisión contundente de la sociedad de no pactar con la deshonestidad. La Ética debe ser como la mirada atenta del cóndor, el ojo visor de una sociedad dispuesta a contrarrestar sus desequilibrios morales.