Las aguas bajan turbias, era el título de una de las más célebres películas de Hugo del Carril (1952) Pero bien podría ser la metáfora perfecta para describir la crisis moral de nuestra Argentina doliente. Nos faltan ejemplos que derramen ética de arriba hacia abajo. Y si bien existen valores morales universales que nos comprenden a todos, también es cierto que, a mayor responsabilidad, cargo o función que se ejerza, mayor es también, la ejemplaridad que la sociedad demanda.
MAYOR EJEMPLARIDAD
Efectivamente, uno de los criterios para analizar moralmente un acto, es saber quién realiza la acción. Es conveniente recordar en este punto, que la moralidad de las acciones se agrava según la condición del sujeto que actúa. Valga un ejemplo. La mentira, como afirmación que hace una persona consciente de que no es verdad, es un acto deshonesto que se agrava cuando quién miente es una autoridad. Pero la mayor preocupación no está en determinar el quién, sino cuáles son las consecuencias de estos actos. Todo se vuelve confuso cuando el río es túrbido. La ética sigue siendo una brújula para el camino. Perdida esta, cunde la desorientación, el desánimo y la incertidumbre. Abajo, los ciudadanos miramos atónitos el triste espectáculo. Del asombro pasamos al desconcierto y de allí a la indignación. Porque abajo la situación no es fácil. Vivir honestamente, es una decisión que la ciudadanía sostiene cada día con convicción y coraje. Heroísmo que escasea en las cumbres. Como sí el aire se enrareciera mientras más alto se llega. Perdidos en sus laberintos, quienes más arriba llegaron, exhiben con inaudito desparpajo una moral aburguesada, vacía de contenidos, de humildad y heroísmo.
NO QUEDARSE CON LA INDIGNACIÓN
La vida se nos ha complicado en esta Argentina que nos duele. Ezeiza no es la salida, pero tampoco lo es quedar anclados en el enojo y la indignación. Cierta dosis de indignación y vehemencia en los reclamos pueden ser útiles para no claudicar frente a las adversidades. Pero nada se construye desde la ira o el enfado permanente. Es una estación por la que, tal vez sea necesario pasar, pero sin quedar atados a ella. La ira es un sentimiento difícil de manejar, mucho más sí es el elemento convocante de un grupo. Fuera de control es altamente destructiva para uno mismo y para los demás. La irritación desencadenada por la indignación frente a un hecho que percibimos injusto, mal conducida o canalizada, puede llevarnos a conductas tan injustas como aquellas que motivaron la vehemencia de nuestros reclamos. Defender mis derechos vulnerando el derecho de otros, nunca será una opción éticamente correcta. Simplemente porque un fin bueno no legitima cualquier medio.
LA FUERZA DE LA MORAL
La vida se nos ha vuelto difícil aquí abajo. Y la crisis es esencialmente moral. Se necesitarán años y mucho sacrificio para revertir este proceso. Sin la fuerza moral del ejemplo personal la motivación será tarea ardua. Ahora bien, sí la moral no viene de arriba hacia abajo, como ejemplo a imitar, cabe preguntarnos, ¿sí la salida no será de abajo hacia arriba? Sí no será la sociedad la que deba liderar esta gesta moral. Para que el reclamo llegue nítido, la ola expansiva de la moral quizás debería recorrer el sentido inverso. Nuevos liderazgos éticos, con convicciones firmes, deben emerger de una sociedad que muestra tal hartazgo ante la declinación moral de una parte de sus dirigentes. Sólo así las aguas bajarán más nítidas.
Nuestra sociedad enfrenta hoy una paradoja que lo encierra en el absurdo. Mientras mayor es su exigencia de ética, mayor es también el vaciamiento que procura de la misma. Demandamos más ética a funcionarios, políticos, oficialistas y de la oposición, gremialistas y demás actores sociales. Pero simultáneamente como sociedad nos instalamos cómodamente en una moral de mínima, apegados al vuelo bajo, que pregona un culto excesivo a las apariencias. Son éticas de bolsillos flacos, vacías de valores morales, de virtudes y de heroísmo.
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo