En un estudio publicado en la revista Science, un grupo de investigadores analizó cuáles podrían ser las “zonas cero” de una próxima pandemia contraponiendo las regiones donde habitan los murciélagos huéspedes del coronavirus y los humanos.

“Aproximadamente 400.000 personas (mediana: 50.000) se infectan anualmente en el sur y sudeste de Asia”, afirmaron los investigadores en el documento, que aún no cuenta con el aval de sus pares, aunque aclararon que muchos de ellos “no suelen convertirse en brotes detectables”.

Qué dice el estudio

La investigación señala que existe evidencia que sugiere que “algunos coronavirus relacionados con el SARS en murciélagos (SARSr-CoV) podrían infectar a las personas directamente y que su propagación es más frecuente de lo que se reconocía anteriormente”. Precisamente la propagación fue estimada en “aproximadamente 400.000 personas (mediana: 50.000)” al año, tan solo en el “sur y sudeste de Asia”.

“Cada derrame zoonótico de un virus nuevo representa una oportunidad para la adaptación evolutiva y una mayor propagación; por lo tanto, cuantificar el alcance de este derrame ‘oculto’ puede ayudar a orientar los programas de prevención”, afirmaron los investigadores, aunque aclararon que es posible que estos “contagios” no se hayan convertido en detectables.

Para evaluar esta situación, los científicos liderados por Peter Daszak de EcoHealth Alliance y Linfa Wang de la Facultad de Medicina Duke-NUS en Singapur, realizaron un mapa donde detallaron el hábitat de 23 especies de murciélagos conocidos por albergar coronavirus vinculados con el SARS, entre ellos el SARS-CoV (responsable del SARS en 2003) y el SARS-CoV-2 (culpable del Covid-19).

A estas zonas las contrastaron con las que se encuentran habitadas por humanos, con lo cual lograron detectar lo que denominaron como “zonas calientes de infección” zoonótica, es decir lugares donde un virus que era originalmente animal podría saltar al humano, con lo cual señalaron las regiones donde se podrían realizar estos “desbordes” virales.

Según señalaron, estas posibles “zonas cero” de brotes se encuentran en norte de la India, Nepal, Myanmar y la mayor parte del sudeste asiático, siendo que las regiones de más riesgo son el sur de China, Vietnam, Camboya, Java y otras islas de Indonesia, sobre las cuales se debería realizar un mayor sondeo poblacional de los murciélagos.

Los anticuerpos como evidencia

Más allá de la superposición entre la población de murciélagos y los humanos, los científicos buscaron contar con evidencia que respalde sus presunciones. Es por eso que utilizaron los anticuerpos ante el SARS que tienen los pobladores bípedos que lindan con estos mamíferos voladores, evaluando, además, la frecuencia con la que las personas se encuentran con ellos y cuánto tiempo permanecen en la sangre, con lo cual estimaron que, cada año, ocurren unas 400.000 infecciones no detectadas.

“No se sabe qué proporción de SARSr-CoV de murciélago puede infectar a las personas, ya sea directa o indirectamente (a través de un huésped intermedio o amplificador). Sin embargo, la evidencia serológica de infección previa con SARSr-CoV en comunidades que viven cerca de poblaciones de murciélagos en China antes de la aparición del Covid, incluso en personas que informaron no haber tenido contacto con huéspedes intermediarios de SARSr-CoV, sugiere una transmisión directa de murciélago a humano puede ocurrir en algunas regiones”, afirmaron.

En ese sentido, aclararon que, incluso, puede “ocurrir con más frecuencia de lo que se ha informado”, pero que “no se reconocen porque causan síntomas leves, similares a otras infecciones”, porque “no pueden replicarse bien en las personas, causar enfermedades o transmitirse lo suficiente entre las personas como para causar un brote”, es decir que “carecen de cadenas de contagios sostenidas entre humanos”.

En ese tono, los científicos señalaron que “es difícil estimar la tasa real de propagación de un virus de origen animal potencialmente zoonóticos previamente desconocidos sin datos de vigilancia serológica o genómica”, ya que “para la mayoría de los virus, la duración de la infección en humanos es relativamente corta” y el contagio “es raro, es poco probable que la vigilancia de la PCR proporcione datos valiosos”, por lo cual bregaron por una vigilancia de “anticuerpos detectables o células T, que tienen una vida más prolongada”.

“Cada evento de propagación de vida silvestre a humano representa una oportunidad para la adaptación viral que permite la propagación de persona a persona”, aseguraron los investigadores, al tiempo que recalcaron la importancia de “cuantificar el alcance de estos efectos indirectos para identificar el riesgo de futuras epidemias o pandemias”.