"Una locura!" dice Juan Pablo Jofré Romarión, cuanto cae en la cuenta de que hace cinco años no venía a San Juan. Es que entre la familia que formó en Estados Unidos -donde se radicó hace más de dos décadas- y su agenda colmada (sin contar el parate por la pandemia), el tiempo pasó volando. Pero lo importante es que ya está en suelo argentino, para volver a cautivar con este bandoneón que se hizo trotamundos en manos del inquieto compositor, que cada vez que puede se da una vuelta por el pago, siempre con alguna propuesta diferente. La última vez en el Auditorio Juan Victoria fue presentando su Hard Tango Chamber Band y mañana subirá al mismo escenario en el marco de la temporada 2022 de Mozarteum San Juan (ver Dato). Será tras su concierto con la Sinfónica Nacional esta noche en el CCK, donde hará el estreno nacional de su Doble concierto N¦1 para violín y bandoneón, con orquesta de cuerdas, piano y percusión, junto al violinista Gustavo Mulé, dirigidos por Christian Baldini; otro escalón arriba para compositor, que aprovecha su paso por Buenos Aires para grabar, cerrar proyectos y juntarse a comer algo con amigos como Nito Mestre y Julio Pane; con quienes seguramente comentó el disco que grabó con la Sinfónica de Londres, el "Doble concierto para clarinete y bandoneón" que él escribió para la reconocida clarinetista Seunghee Lee, dirigidos por el maestro italiano Enrico Fagone, que saldrá en formato físico en agosto y ya se puede escuchar en Spotify y iTunes. Apenas una muestra de cómo transcurre la vida del sanjuanino, cuya música se sigue expandiendo a nivel internacional, entre grandes escenarios y nombres rutilantes. Un sueño hecho realidad, muy trabajado también, del que habló con DIARIO DE CUYO. 

– En cada regreso tuyo hay algo superador, que habla de un crecimiento continuo…

– Es muy lindo sentir el cariño de grandes colegas y artistas que siempre me apoyan en todo y me motivan a seguir haciendo cosas, se siente muy bien, sinceramente no podría estar más agradecido….

– ¿Sos un ejemplo de profeta en su tierra? Siempre te convocan cuando venís…

– Sí, bueno, no me puedo quejar, sobre todo los últimos años se generó una química muy linda. Siempre al principio es difícil, porque hay que pagar el derecho de piso y cuando uno empieza a hacer cosas afuera ayuda mucho, uno empieza a llamar la atención…

– O sea que hubo varios que dijeron "Ah, mirá este pibe" cuando ya la rompías afuera?

– (Risas) Es una mezcla. Antes de irme ya había gente acá que me apoyaba mucho, se va dando, nada es fácil en la vida. Las cosas hay que ganarlas y uno tiene que trabajar mucho para que lo que hace se note; y mientras más trabajás, más te llaman, mientras más activo estás, más te quieren… Lo importante es hacer buena música, ir despacito, tampoco hay que volverse loco, hay que ir paso por paso. 

– De afuera se ve un ascenso sostenido y no tan despacito… ¿Y de adentro?

– Es difícil decirlo con palabras. Hay mucho trabajo, muchas emociones, mucha felicidad, mucha presión a veces, es un poco de todo, es la vida misma. Pero al final, cuando la música empieza a sonar, es lo más lindo que hay…. 

– ¿Tu objetivo siempre es la buena música y lo demás es consecuencia?

– No lo sé, lo que sí sé es que mi objetivo es la música, pero también ser profesional, ser buen padre, ser buen amigo… no se trata de crecer solo en la música, hay que trabajar bien, con los colegas, con los productores, todo es un diálogo… 

– ¿Quién o qué te dio esa templanza para manejarte en este ambiente, desde muy joven?

– No sé, ni tampoco sé si lo estoy haciendo tan bien; lo más importante es nunca dejar de aprender, no solo en lo musical, también en lo humano. La salud mental es muy importante, hay que saber con qué uno se compromete, con qué no, es muy importante no quemarse porque ahí surgen los problemas, saber decir que no…

– ¿Se aprende sobre la marcha, consejos, ensayo y error?

– Yo creo que hay que escuchar el corazón y ponerle un poco de lógica. Pero lo más importante es hacer lo que uno ama, porque cuando amás lo que hacés, las cosas salen bien… Bueno, por eso ya no estoy tocando música que no sea mía, al punto que ya hace 10 años me pagan para componer, me llaman de orquestas… Me estaba saturando de trabajo para hacer cosas que sí me gustan, pero no tanto como componer, así que me ahora estoy dedicando más a eso, que es lo que más trabajo me está dando y lo que más amo. 

– Es muy importante que te llamen por tu música, que la consuman…

– Es lo que siempre soñé y se fue dando de a poquito. Esta grabación que hice con la Sinfónica de Londres, que llevó muchos años de trabajo y que se postergó por la pandemia, también abrió muchas puertas. Que sus músicos me abracen y me digan que siga componiendo, que les encantó, que vuelva… es algo maravilloso, ahora están empezando a verse los frutos. 

– ¿Tus composiciones se encuadran en algún género?

– Siempre me dediqué a escribir música y tengo ese problema, que cuando me piden que la explique en palabras me cuesta (risas). Cuando uno está creando música nueva es difícil darle un nombre, son cosas nuevas que pasan en este momento. Cuando Piazzolla escribía nadie sabía si era tango o qué… algo así, qué importa qué música era, lo importante es que sea una música que llegue al corazón, innovadora, que conecte, porque de eso se trata…

– Tus musas son generosas…

– Sí, muy generosas gracias a Dios, la cabeza nunca para de componer. Ahora me encargaron un concierto para cello y bandoneón, para hacer con la Sinfónica Nacional de Hungría, en el teatro Béla Bartók, y siguen cayendo encargos, que vienen de los mismos músicos, que han ganado premios y trabajado con las mejores orquestas; y nada más gratificante que ellos mismos me pidan que escriba músico, es lo más hermoso….

– Desde tiempos remotos se habla de esa dualidad entre componer por encargo y hacer lo que uno quiere… ¿La sentís?

– No, porque siempre cuando me encargan una obra el proceso es el mismo. Una cosa muy buena es que me dan mucha flexibilidad, me dan uno o dos años y eso me permite conectarme y escribir cosas que sinceramente me gustan. No escribiría algo que no me gusta, me estaría mintiendo a mí mismo. Me encargaron una obra para tres pianos que fue dificilísima, además casi no hay, y fue hermoso. Es lindo tener esos desafíos que siempre son enriquecedores. 

– ¿Y qué es lo que hace que te convoquen a vos?

– No lo sé, creo que la gente ve algo en mí que no sé, será la honestidad…A mí siempre me gustó componer, desde chico. Me acuerdo que le hacía canciones a mi abuela cuando tenía cinco años… era muy natural en mí inventar melodías, me venían solas. Si bien uno después empieza a estudiar, creo que es bueno siempre escuchar el corazón, las ideas que trae y cómo se siente uno con eso que está escribiendo…

– ¿Conservás la curiosidad y el entusiasmo de aquel nene?

– Siempre. Pero son mil cosas las que hacen a un músico y en cada una hay que dar lo mejor, porque todo influye. Si sos un autor genial pero siempre llegás tarde, después nadie te llama. Esa es una de las cosas que aprendí con Paquito De Rivera, que decía que podés ser un gran músico, pero si no sos profesional… Ahí te das cuenta que el éxito son muchas cosas. 

– ¿Te veías donde estás?

– Es interesante, porque no y sí. Desde chico siempre tuve como una visión, sabía que podía llegar aunque todo te parece un delirio, pero también me proyectaba… Cuando me preguntaban qué quería ser, decía "compositor y tocar en las mejores orquestas y viajar por el mundo". Me pasó por ejemplo, cuando estaba grabando con la Sinfónica de Londres, que me acordaba cuando iba en bici al Auditorio y me preguntaba "¿Esto estará pasando de verdad? O capaz que estoy loco internado en un manicomio" (risas). Recuerdo esos veranos sanjuaninos, 2 de la tarde, 45 grados, todos mis amigos en la pileta y yo en la bicicleta toda oxidada me iba al Auditorio y le decía al portero que me dejara entrar para estudiar, porque no tenía piano, y el tipo me miraba como diciendo "¡Qué hacés acá!" (risas) Y yo me ponía a analizar las orquestaciones en el piano y para mí eso era como estar en el cielo… 

 – ¿Te acordás lo que te dijo Daniel Binelli cuando empezabas? 

– Un tipazo, lo conozco bien, es una persona muy honesta y fue uno de los primeros que creyó en mí y me dio un empujón enorme… siempre hay gente que quiere ayudar… Sí, siempre me acuerdo, terminé de tocar y me dijo: "Pibe, en unos años vas a volar". Y yo decía "¡¿Adónde?!" (risas). 

– ¿Creés que hay un destino o la pedaleaste, literalmente?

– Nooo, la pedaleé, la pedaleé por todos lados y nunca paré. 

El Dato
Juan Pablo Jofré, Gustavo Mulé (violín) e Ivan Rutkauskas (piano). Sábado 16 de julio, 21.30 hs, Auditorio Juan Victoria. Entradas en oficinas de Mozarteum (Ignacio de la Roza 161 O local 5) de 9.30 a 12.30 hs, $1.500 general, $500 menores de 30 años.