Fue en el año 2000 cuando China pasa a ocupar el segundo puesto como potencia económica mundial. Hasta entonces, dicha posición había sido ocupada por Japón, país que había transformado el paradigma del progreso. Durante milenios dio por supuesto que la riqueza y el poderío de una nación estaban en relación directa con sus recursos naturales. Sin estos, y reducido a escombros tras la Segunda Guerra Mundial, Japón en pocas décadas se consolidó como un modelo atípico. Libre mercado, junto a reglas, economía y moneda estables, constituyeron los cimientos sobre los cuales una sociedad entera trabajó incesantemente, en dedicación, respeto, disciplina y seriedad. Fue el mismo derrotero que ascendió al podio a las hoy dos primeras potencias económicas, Estados Unidos y China, respectivamente. No obstante, se cita el caso japonés en consideración de su ceñida disponibilidad de recursos, su carácter insular y su sucinta extensión territorial (unas 7 veces menos que Argentina). La economía japonesa aún hoy supera a cualquier país europeo, incluso a todo el continente africano. En contraste, la exuberancia de riquezas naturales que ostenta África no logra eclipsar la estrechez y el hambre la asolan. En una desvergonzada pertinacia, distintas posiciones ideológicas en varios puntos del globo, han logrado renovar la vigencia de la falacia que sostiene que la riqueza es consecuencia automática de los recursos naturales. Ni mención tangencial siquiera de que sin trabajo duro, constante y cada vez más calificado, tales recursos representan una nulidad. Pero la impostura no se limita al concepto, sino que induce a la violencia generalizada. Se incita a "recuperar" lo que es propio y que supuestamente alguien ha "robado". Tal vez en muchos casos así haya sido, pero incontrastablemente la realidad africana hoy refleja un fratricidio en el que riquezas naturales son el telón de fondo.
Recientes imágenes de Sudán han inquietado al mundo. Escenas de combates en ciudades, civiles asesinados, heridos o en huida desesperada del fuego cruzado, todo espesado con intransigencias indolentes, logran acentuar más la miseria. Sudán, hasta 2011 un solo país, se escindió en dos. En Sudán del Sur quedaron las ricas reservas petroleras, mientras que el norte descubrió en su territorio grandes cantidades de oro. Hoy, produce unas 5 toneladas del metal precioso. Indiferente al modelo japonés, este recurso financia armamento militar de escala, en vez de infraestructura para el progreso. Golpes de Estado a la democracia, a gobiernos de facto, ejércitos paralelos, revelan la puja por este recurso y el camino que los líderes han preferido tomar. Bienintencionados del mundo aspiran a detener la matanza y destrucción en Sudán. Hoy va a resultar dificultoso frenar tal dinámica. El momento oportuno es cuando se están instalando ideas del tipo que siempre terminan prohijando dolor y fracasos. Lo dejó en claro el escritor y militar argentino Lucio V. Mansilla: "Las ideas son precursoras de hechos".
