Me pasa a veces que el sueño tarda en venir. Esta noche, es una de ellas y, como suelo hacer, me pongo a escribir lo que sea, con tal de que venga Morfeo sin que me dé cuenta. Son las dos y hace rato que oigo cómo su respiración va y viene, de sueño profundo, ajena a la inmensa soledad que agarra a los insomnes. Me da bronca esta lucidez que me mantiene alerta. No es hora de estar con las antenas paradas. Las necesito mañana, para enfrentar otras situaciones, las del mundo de los despiertos. Porque todos esos, que ahora estarán durmiendo, son unas fieras cuando despabilan, y ahí sí que hay que estar con la guardia alta. La miro y ella sigue durmiendo, tan cerca y tan lejos de llegar a mí, para al menos acompañarme, que ya se van a hacer las tres. Mi mente se enrolla en pensamientos encontrados y no me viene bien ninguno, como para detenerme e hilvanar algo provechoso. Se desplazan como una bolita en la ruleta, que de pronto, inesperadamente, cae en un punto al azar.
¡Daniel! Mi hermano fallecido el último diciembre. "Me va a salvar", me digo, a sabiendas que sólo se pueden esperar cosas buenas de él. Hoy es su recuerdo el que me está abriendo una nostalgia y una sonrisa. Viene en imágenes que se suceden sin parar. Daniel y su bombo, pidiendo ritmo de "baguala" a la guitarra del Tony Giménez, para improvisar un lamento que termina siendo una gracia. Daniel y los muchachos atentos a su nueva ocurrencia, desplegando todo su arte angelado, forjador de lindos momentos. Daniel "relatando" a viva voz la "Doble Calingasta", con el "Negro Chipica" (Cornelio Tapia), pasando en punta por la Esquina Colorada. Entonces, en un arranque dislocado, toma la bicicleta de ruta que me había comprado hacía poco, se sube a ella, adopta la posición del ciclista en zona de abastecimiento, caramañola en mano, y el Luisito Varesse que tiene el tino de tomar su máquina fotográfica y estampar un "flash" que deja un registro para todos los tiempos.
Veo a Daniel en la escuela, y brindando la mano abierta de su amistad a sus colegas y alumnos. Es uno más. Daniel en el cuerpo de taquígrafos de la Legislatura, Daniel en DIARIO DE CUYO, en una cancha, cubriendo un entrenamiento o un partido. En un café con Paulo Valentim. Daniel y un vuelo de palo a palo, cuando tendría 5 años, atajando las pelotas que yo le mandaba bien esquinadas, en los primeros escarceos de sus sueños de arquero. Daniel y su comicidad para disfrazarse para los cumpleaños, y no dejando que ninguno de sus amiguitos tocara los caramelos antes que él diera la orden. Daniel y sus rondas por la Esquina Colorada, amado por todos, siempre con un lugar a disposición en la rueda.
Daniel y su persistencia aquí, en mi memoria y en mi corazón, endulzándome este insomnio que por cierto está a punto de acabar. Imperceptiblemente mis ojos se están cansando, mientras en mis pensamientos se me va deshilvanando el "Pulga", que me mira sonriente y se retira en paz, sin saber que, otra vez, vino en mi auxilio. Cuando ya deben ser las tres y en la duermevela me digo: "Es mi hermano, mi amigo".
