Mis peripecias con la cortesía y los buenos modales, desde pequeño vienen con suerte variada. "Dele un beso a la señora". Y de mala gana estampaba un beso ligero en una cara que, por lo general, juzgaba encremada y húmeda. ¿Valdría la pena tanto sacrificio para parecer cortés? "Nene, salúdelo al señor". Y uno sentía que el señor te tomaba una prueba, especie de evaluación a mis padres. Por eso hoy, admiro secretamente a los pibes que miran para otro lado cuando reciben esa orden, o directamente dicen "no quiero". Pregunto: ¿mala educación o afirmación de personalidad? Este pibe, ¿acaso no marcha hacia una sociedad menos hipócrita?

Ya más grandecito, no debía olvidar el pañuelo. No tanto para limpiarme las narices como "por si alguna señorita te lo pide". Por la Esquina Colorada, los más grandes llevaban dos pañuelos. Especialmente para los bailes en la pista "La estrella". Uno lucía bien perfumado en el bolsillito del saco y el otro se acomodaba en la mano derecha para no ensuciar el vestidito de la "pebeta", que le seguía el paso en una milonga. Una delicadeza o estrategia pura, en función de preparar el camino para la seducción. Después, la prueba de fuego: ceder el asiento en el micro. Esto no me costó. Pero a veces enfrenté situaciones embarazosas, como aquella vez en que cedí el asiento. Luego se desocupó uno más adelante y la misma señora se apresuró en advertírmelo, como para devolver la gentileza. Hacia allí fui y me senté. Pero he aquí que subió un señor mayor y sentí que las miradas de los otros se concentraban en mí como esperando que sea yo quien tomara la iniciativa. Para eso había sacado chapa de "cortés". Así que otra vez a ceder el asiento y uno no sabe si los demás te toman por "bien educado", solidario o tonto (por no decir otra cosa). Hace unos meses, la vida me devolvió atenciones. Me quedé sin auto y tuve que tomar el micro. Me dio vergüenza cuando una jovencita se paró y me ofreció su asiento. Me turbé, al tomar sorpresiva cuenta de que me estaban tomando por lo que soy, un hombre mayor. Le dije que no, pero insistió y me senté. Pero no me banqué que se me adelanten en la cola del cajero del banco. Noté que hay avivadas. Recientemente estaba en la fila, y veo que viene a la carrera un muchachón, mide el largo de la fila y se vuelve. Lo seguí con la mirada. Fue hasta su coche e hizo bajar lo que sería su mujer con un hijito en brazos y la colocó adelante, lista para entrar. Me tocaba a mí y enceguecido por la injusticia, porque vi toda la maniobra, no le cedí el lugar y me metí al cajero. Cuando salí, el pibe me dijo de todo y su mujer también. Era un hombre joven, pero lo enfrenté y le hice notar su cobardía en usar a su mujer y su hijo, cuando perfectamente podría haberse puesto él en fila y esperar. Luego, recibí la aprobación de los demás. Se trata de pequeños sainetes que tienen que ver con aquellas lecciones que me daba sobre todo mi madre, en la pretensión de hacer de mi un hombre "formal y cortés". Al final, diría junto al gran filósofo Juan de la calle: se hace lo que se puede.

 

Por Orlando Navarro   Periodista
Rodolfo Crubellier       Ilustración