John Ford, quien filmó la película Mogambo en 1952 en Uganda, jamás habrá pensado que uno de sus personajes tendría la vigencia de casi 70 años en la Argentina de 2021. El argumento de la historia ponía en escena a un cazador profesional, Clark Gable, a un antropólogo obsesionado por los primates y a dos mujeres, una de ellas su esposa en la ficción, la bellísima Ava Gardner y a quien sería luego la princesa de Mónaco, Grace Kelly. No obstante el célebre staff, los protagonistas centrales de "Pasión", que es lo que significa Mogambo en idioma swahili, eran los gorilas. El film tuvo gran éxito y comenzó a exhibirse en Buenos Aires poco antes del derrocamiento de Juan Domingo Perón en septiembre de 1955. Para esa misma época rompía el rating de la radio La Revista Dislocada, cuyo guionista era Aldo Cammarota, recordado por los inolvidables unipersonales de Tato Bores junto a Juan Carlos Mesa y Jorge Basurto. Cammarota había creado un personaje representado por Delfor Amaranto ("Delfor") quien, ante cualquier ruido desconocido en la habitación gritaba "deben ser los gorilas", como solía ocurrir en algunos pasajes de Mogambo, e inmediatamente la acción era acompañada por la canción con ritmo de Baión "deben ser los gorilas, deben ser, que andarán por ahí". La cosa quedaba indefinida. Cuando comenzaron los rumores de un golpe militar contra el General, esa canción se asoció rápidamente con los antiperonistas porque, como todo golpe, se preparaba en las sombras, pero algo se hacía conocer en la superficie, tanto que el mismo Perón tuvo tiempo de exiliarse en la embajada de Paraguay el 20 de ese mes.

Durante décadas, la expresión "gorila" significó, de por sí, una descalificación. 

Desde entonces, la palabra "gorila" se ha venido asociando primero a los antiperonistas y, luego, a todo quien se opusiera a cualquier movimiento considerado popular. Esa cultura, que supuso la representación de la totalidad del pueblo en ese partido-movimiento, el justicialismo, llevó incluso a ramas del comunismo y a un sector de la Unión Cívica Radical (UCR) a asociarse con el caudillo y sus seguidores, unos para intentar incluir algunos de sus principios en esa gran masa de militantes unidos por la figura del líder y otros para "poner cerebro al elefante". La parte restante, quienes estuvieron dispuestos a enfrentar esa estructura y esas ideas, quedaron pegados al mote de "gorilas".

Durante décadas, esa expresión significó de por sí una descalificación dejando a quien era "gorila" en una especie de inferioridad moral en la que nadie quería caer, se hizo común la aclaración "no soy gorila" como algo necesario antes de comenzar un discurso o expresar una toma de posición. Eso parece haber terminado. Vaya uno a saber por qué, ha comenzado a aparecer gente que se enorgullece no sólo de ser "gorila" sino que lo manifiesta sin que se lo pregunten. Ha comenzado a ser una bandera que pasó de lo negativo a lo positivo, del mismo modo que los hinchas de River ser enorgullecen de ser "gallinas", los de Boca "chanchos", los de Rosario Central "leprosos" o los de San Lorenzo "cuervos".

Los hay de todas las edades, pero es asombrosa la identificación de los más jóvenes no sólo con ese apelativo sino también con las ideas liberales que se han visto representadas en las últimas elecciones de manera explícita en candidatos que lo han hecho saber de voz en cuello e implícita en otros que abogan por esas ideas en partidos tradicionales. Algo ha pasado o está pasando. Podrá decirse que antes hubo varios intentos de experiencias liberales muy denostadas o calificadas de "gorilas" y que tuvieron éxito circunstancial, como cuando Álvaro Alzogaray llegó a influir tanto en el Presidente peronista Carlos Menem que en cierto discurso defendió "la economía social de mercado" o como cuando Ricardo López Murphy fue efímero ministro de la gestión presidencial de la Alianza de Fernando de la Rúa.

Hoy parece estar desapareciendo el temor a identificarse con ese apelativo.

Tal vez, pero actualmente parece haber una diferencia interesante, la creación de una mística que es lo que no llegó a cristalizarse en oportunidades anteriores. En aquellos casos la palabra "gorila" siguió teniendo baja estima por todos, tomada como un exceso, una exageración, como el eterno recuerdo del golpe destituyente contra Perón. Hoy parece ocurrir algo distinto, parece haber desaparecido o estar desapareciendo el temor a identificarse con ese apelativo deshonroso en el pasado, tanto que quienes lo repiten ya no se defienden sino que afirman con determinación: "Sí, soy gorila, me crecen pelos por todos lados, ustedes me tienen cansado".

A la mañana del lunes siguiente al domingo de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), circuló con la velocidad de la luz un meme en que se veía al más famoso de los gorilas, King Kong, abrazado al obelisco de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires enarbolando la bandera Argentina. Nunca antes alguien se había animado a tanto.

Falta un tiempo para saber si esta toma de postura apunta a la totalidad del peronismo o sólo a la parte kirchnerista que es la que está repartiendo calefones, heladeras y bicicletas en el intento de compra de votos a cara descubierta en la provincia de Buenos Aires, el distrito que recibe el nombre de la madre de todas las batallas. Por lo pronto es una señal para seguir atentamente porque no puede negarse la existencia de ese runrún como el de los primates de la película Mogambo que nadie anticipó y que se hizo patente en las elecciones del domingo 12 de septiembre en que el peronismo tuvo su peor derrota en todo el país.