No fue sencilla la tarea de hacer periodismo en tiempos de peste. De hecho, periodistas que no estaban especializados en sanidad o ciencia debieron adaptarse frente a la vorágine de la pandemia, que impactó de lleno en las redacciones. Aprender, estudiar, comunicar a veces contra el tiempo del cierre y siempre contra el avance de noticias falsas y la voracidad de las redes sociales.
Y en esa dinámica, en la obligación y responsabilidad por brindar información veraz, hubo también una barrera que superar, la de funcionarios y responsables de áreas que se negaron a informar, la incapacidad para manejar la comunicación oficial, la necesidad de contrastar datos confusos o erróneos ante la espera de respuestas que nunca llegaron, ni al cierre de la edición ni nunca. Simplemente en ocasiones fueron ignoradas preguntas, mensajes, llamadas. En todo su derecho, por supuesto, de hacerlo; pero lo que no fue entendido (además de la responsabilidad del funcionariado público de dar cuenta del manejo de la cosa pública) es que más que nunca fue necesaria la información oficial para poder comunicar. Y he aquí la paradoja: la voz oficial no siempre pudo o quiso informar. Quizás no fue fácil, pero no lo fue para nadie.
El Covid vino para quedarse, mal que nos pese el hastío, y habrá que seguir comunicando, informando, aprendiendo. Por eso el camino sigue abierto para mejorar y cambiar. De aquel y de este lado también, nobleza obliga.