A pesar de los esfuerzos científicos realizados para obtener una vacuna contra el Covid-19 y las campañas de inmunización desplegadas en el mundo a fin de neutralizar los efectos de la pandemia, hay personas renuentes a aceptar la convocatoria oficial para inocularse, con la misma actitud rechazan el uso del barbijo, mantener el distanciamiento social y acatar las restricciones comunitarias. Los movimientos antivacunas se han fortalecido en esta pandemia utilizando a Internet para llegar globalmente con sus falacias.
El activo movimiento antivacuna responde a un colectivo de personas que esgrime motivos científicos, sanitarios, religiosos, políticos y filosóficos para denostar a la vacuna y al acto de vacunarse, habiendo conseguido eco en algunos países por la desinformación médica y la eficacia comunicativa de la web. En todos los casos aportan información carente de documentación científica, suponiendo un mayor perjuicio para la salud que el posible beneficio que la vacunación aporta, sostienen.
Esta resistencia nació prácticamente con la primera vacuna, a fines del siglo XVIII, luego de que el médico rural inglés Edward Jenner empezara a utilizar en 1796 un sistema para prevenir la viruela, inoculando a una persona sana la secreción de una pústula de un enfermo de viruela, lo que fue muy criticado por sectores opuestos a esta técnica. Luego vino la difusión de las ideas de persona a persona, mensajes impresos y más tarde en la prensa, hasta fines del siglo pasado con la aparición de Internet que les abrió un campo ilimitado en la comunicación social. Pero la mayor polémica de la historia se plantea con las vacunas contra el coronavirus de tipo 2 causante del síndrome respiratorio agudo severo de la pandemia. Las críticas empezaron con la urgencia de autorizar provisoriamente las vacunas sin comprobar sus eficacias en todas las fases, lo que requiere tiempos de pruebas e investigación. También entraron en el terreno geopolítico de la producción y negocio de las vacunas, y en teorías acerca de la peor de las mentiras: que estas vacunas alteran el ADN de las personas.
Para refutar este absurdo se investigaron los componentes de las vacunas de Pfizer y Moderna, que funcionan llevando un ARN o "mensajero" a las células, haciendo que produzcan réplicas de la proteína pico que usa el coronavirus para entrar en las células e infectarlas. El sistema inmunológico reconoce esta presencia y enseña al cuerpo la forma de combatir una infección real con Covid-19 en el futuro. Lo importante es no dejarse engañar con mentiras en jerga de la redes sociales y seguir los consejos acertados de los organismos sanitarios.