En artículos anteriores, nos referíamos al amor en el matrimonio, según el documento "Amorislaetitia” del Papa Francisco. Queremos ahora continuar con algunas reflexiones de su magisterio sobre el amor conyugal.
El diálogo es una herramienta básica para el cultivo y el éxito del amor conyugal que hemos descripto anteriormente. No se puede concebir la vida matrimonial con ausencia o déficit de diálogo de todo lo que piensan, sienten y son los esposos. El diálogo deficiente es, tal vez, la mayor causa de conflictos en los matrimonios.
La palabra diálogo, viene de día: dos; logos: razón, es decir, se busca la razón de a dos. Así, consensuando, lograr acuerdos. De nuestro pensamiento y del otro, surge una nueva idea superadora que enriquece a ambos. Los cónyuges deben partir de lo siguiente: ninguno de los dos tiene el monopolio de la verdad y de la razón. En una pareja, habitualmente hay dos puntos de vista diferentes, que deben ser respetados, y es a partir de reconocer esto que se puede empezar a establecer acuerdos. Por lo tanto, no creerse "dueños” de la verdad para no ser "tercos” o "testarudos”.
La persona orgullosa padece el "síndrome del experto”: cree que tiene siempre la razón y nunca se equivoca; es el "sabelotodo” que trata de imponer sus ideas; transforma el diálogo en una "pelea”, una competencia, donde él debe ganar y el otro perder; no quiere consensuar, quiere salir ganando. El remedio es la humildad, reconocer los errores y superarse con buena voluntad y buen humor. Querer dialogar es tener la disposición de encontrar soluciones juntos. Aun en las diferencias se pueden encontrar puntos de acuerdo y llegar a un consenso.
No es lo mismo dialogar que discutir o pelear. Pelear es ser desconsiderado, agresivo, faltar el respeto, insultar, levantar la voz, ser soberbio. Lo que vemos habitualmente, son parejas que no saben dialogar porque discuten peleando, y, por ende, tienen serias dificultades para resolver sus diferencias. ¿Qué es lo que hacen? Por lo general uno ataca al otro o lo acusa de algo y el otro responde defendiéndose de las acusaciones. La pelea termina, sin vencedor ni vencido, sino más bien, con ambos frustrados, molestos, y con el problema sin resolver.
Al respecto escribe el papa Francisco: "La maduración del amor implica también aprender a "negociar”. No es una actitud interesada o un juego de tipo comercial, sino en definitiva un ejercicio del amor mutuo, porque esta negociación es un entrelazado de recíprocas ofrendas y renuncias para el bien de la familia. En cada nueva etapa de la vida matrimonial hay que sentarse a volver a negociar los acuerdos, de manera que no haya ganadores y perdedores sino que los dos ganen. En el hogar las decisiones no se toman unilateralmente, y los dos comparten la responsabilidad por la familia, pero cada hogar es único y cada síntesis matrimonial es diferente” (AL, 220).
Por Ricardo Sánchez Recio
Lic. en Bioquímica, Orientador Familiar, Profesor
