Había terminado el año de la mejor manera con dos goles contra Hellas Verona y parecía dejar atrás un semestre agridulce. Pero el primer partido de 2018 otra vez la frustración se apoderó de Paulo Dybala.
 

A los tres minutos del segundo tiempo, cuando encaraba en velocidad desde el centro del campo rumbo al área de Cagliari sintió un pinchazo y detuvo su marcha. Corría solito y enseguida se dio cuenta que no podría continuar.
 

La escena es la que habitualmente se ve cuando un jugador se desgarra. El gesto de dolor de Dybala fue inmediato: se tomó con su mano la cara externa del muslo derecho y luego se retiró de la cancha entre lágrimas.