"Le soy sincero, prefiero hablar de los apoyos que tuve y no de los obstáculos". Esa frase que le dijo a Carlos Inza, presenta a Juan Victoria. Su espíritu proactivo quedó reflejado en un CV apabullante. Hombre de ciencias que quiso ser antropólogo, se recibió de ingeniero en Minas y se especializó en petróleo en California. Trabajó en compañías internacionales y ejerció la docencia. Ocupó cargos públicos como director de Minas, presidente del Consejo de Reconstrucción de San Juan y ministro de Economía de José A. López. En su haber figuran, por ejemplo, el Frigorífico Saisa, el Campanil y el Observatorio El Leoncito. Pero este señor parco y de fuerte carácter nacido el 8 de septiembre de 1906 también tenía una gran sensibilidad. No profesaba religión alguna, su espiritualidad pasaba por las humanidades y las artes, en especial la música. Tocaba violín, eligió el cello y lo estudió cuando vivió en Estados Unidos, presidió la Asociación Amigos de la Música y coleccionó discos, entre sus preferidos, los de Shostakóvich y barrocos como Bach o Vivaldi. Hombre culto que se rodeó de otros eruditos, esa pasión sumada a su convicción de que un lugar sin humanidades ni artes está condenado al atraso, explican la tenacidad y personal supervisión con las que llevó adelante "La obra", no un edificio para él, sino todo un proyecto de desarrollo y progreso.
Cuenta su primer nieto, Ing. Guillermo Ferrari del Sel (junto a su hermana Georgina Nacif -radicados en Buenos Aires- prácticamente se criaron con sus abuelos maternos por los estudios de su madre) que solía escucharlo tocar los dos cellos que tenía. Uno de esos cellos se lo regaló a un niño de 10 años que su amigo, el Mº Vicente Costanza, llevó a tocar a su casa y que lo impresionó. "Él se enteró que yo no tenía instrumento. Gracias a su enorme gesto pude continuar mis estudios", testimonia el hoy reconocido Néstor Longo. Victoria tocaba el cello para él, en el sótano al que daba su "impenetrable" escritorio -siempre lleno de croquis y dibujos-, donde había una cava. Pocas veces intentó dueto con su esposa Irma Risso, santafecina que había sido concertista de piano antes de una lesión en la mano, y que se dedicó a la familia. "Una mujer muy dulce y simple" -dice Georgina- a la que él conoció en Salta, donde trabajaba y donde nacerían sus tres hijos: Graciela, Juan y José Luis. La música se respiraba en la familia y si había algo religioso era la asistencia a los conciertos de la Sinfónica -le gustaba sentarse arriba para tener un panorama general- y la charla al regreso, en invierno junto a un chocolate caliente. Era uno de los sabores en casa de Victoria, excelente cocinero de platos gourmet, mermeladas, dulce de membrillo, pan dulce "y experto en merengue italiano", apunta su ahijada Alicia Giuliani, con quien también compartió la música.
"Le gustaba la buena comida y la acompañaba con muy buenos vinos. A veces tomaba un whisky, pero siempre muy medido, era metódico y disciplinado", rememora Guillermo; que aún lo ve en esas noches de verano, en su reposera, "siempre pensando en algo", en medio del hermoso jardín que cultivó en aquella casona del Bº Residencial; que vendió -se supone- para afrontar gastos de la quiebra del frigorífico. Amante de las plantas, cuidaba su parral de sultanina, sus frutales y era fanático de las rosas; de ahí el diseño de amplios canteros con rosales en el Auditorio. "Tenía de todo tipo y les ponía un cartelito de madera con el nombre de la especie, era obsesivo", sonríe su nieta, a quien llamaba Petronila, "porque le ponía apodos a todo el mundo".
El ajedrez con amigos era otra afición; y la lectura: temas sociales y de actualidad. Recibía las revistas Time, Newsweek y National Geographic; y todos los días leía los diarios Cuyo, Tribuna, Clarín y Nación.
"Vivía en función de algo y era común verlo manejar y gesticular como si hablara solo" acota Guillermo, que lo define como "un tipo noble, amante de la excelencia". Su tía, Silvia Quiroga Laspiur, coincide: "Le daba mucha importancia a las aspiraciones, pero no por el dinero, sino por el conocimiento. No le gustaba la mediocridad, buscaba la perfección en todo. Era un luchador incansable", firma la esposa de Juan, el único de los tres Victoria Risso con vida.
Enemigo de adulaciones, ostentaciones y privilegios, consideró que no correspondía jubilarse como ministro y lo hizo como profesor, viviendo austeramente hasta sus últimos días en el Consorcio de Viviendas Económicas (Convieco), donde también armó su pequeño oasis, con riego por goteo. Tenía 80 años cuando su salud se deterioró. El paludismo que contrajo en el norte argentino y que resintió sus pulmones, más su adicción al cigarrillo llevaron a un rápido desenlace. Tras un par de días internado en el ex sanatorio ADOS, falleció el 22 de junio de 1986.
¿Se llevó el reconocimiento de la gente? "No creo -dice su nieto-, pero tampoco creo que le importara demasiado. Él no buscaba el aplauso".
Estas fotos inéditas -brindadas a DIARIO DE CUYO por su nieto mayor, Guillermo Ferrarireflejanapenas algunos rasgos del multifacético y prolífico Juan Victoria. • Foto superior: Johnny, como le llamaban afectuosamente a Juan, junto a sus tres hijos: Juan (Chito, para la familia, el segundo, también ingeniero), Graciela (Cuqui, la mayor, médica) y José Luis (Pipo o Pepe, el menor, artista plástico y exdirector del Museo Franklin Rawson), los dos últimos ya fallecidos. Sentada, su esposa Irma Risso (Coca), con Guillermo -hijo del primer matrimonio de Graciela- que durante muchos años vivió con sus abuelos.
• Izquierda arriba: en su casa del Barrio Residencial, donde despuntaba sus hobbies, entre ellos el de jardinero y rosicultor.
• Izquierda abajo: cuando fue ministro de Economía, entre 1969 y 1970.
• Abajo: cuando estudiaba enCalifornia.