Un sello postal argentino

El hobby y arte de coleccionar sellos o filatelia nació poco después del franqueo de correspondencia, iniciado en 1840 en Inglaterra con el famoso "penique negro”, sello para el que se eligió una efigie de la Reina Victoria, acuñada en monedas conmemorativas de su primera visita a Londres en 1837.

A partir de ese momento serían los Estados Unidos de América, Brasil, Zurich, Ginebra, Isla Mauricio, Francia, España, Austria, etc, los países emisores de sellos de correos, aunque inicialmente emitieron ciudades y territorios que poco a poco fueron desapareciendo y cediendo tal prerrogativa a los estados.

El primer sello de correos se puso en circulación el 1 de mayo de 1840. Su inventor, el inglés Rowland Hill, consideró su implantación como una medida meramente utilitaria, destinada a contrarrestar el fraude y la picaresca de que eran víctimas las administraciones de correos de la época por parte de quienes eludían el pago del porteo. Hill probablemente no llegó a imaginar que su invento iba a ser atesorado por millones de apasionados coleccionistas en todo el mundo.

Al comienzo, dado el elevado precio del franqueo, el uso de los sellos se reservaba a una minoría y, normalmente, solo se coleccionaban ejemplares usados. Resulta comprensible el interés que suscita el sello, pues en un reducido espacio de papel se plasma una miniatura que, gracias a la creación artística y a la perfección de los sistemas de reproducción gráfica, puede alcanzar notable belleza. El formato de los sellos hace posible su contemplación, estudio, clasificación y archivo con razonable comodidad. Las posibilidades que éstos nos brindan son amplísimas: permiten ahondar los conocimientos sobre los países del mundo, pues acostumbran a reflejar los más variados aspectos históricos, políticos, culturales, artísticos, técnicos, folklóricos, deportivos, etc. En muchos países el sello o estampilla es también utilizado para difundir campañas de educación cívica y conservación de la naturaleza.

Normalmente, los Estados garantizan la cantidad y controlan la calidad de los sellos que emiten, y suelen plasmar en ellos características propias. El rigor aportado a las emisiones y el control de las tiradas permite que, con el paso del tiempo, el sello se revalorice y pueda ser objeto de inversión, sumando así el interés económico el entretenimiento.

EL primer coleccionista filatelista del que se tiene noticias fue el doctor Gray, funcionario del British Museum, de Londres, poseedor en 1840 de ejemplares de los dos únicos sellos que existían: el de 1 penique, negro, y el de 2 peniques, azul. Seguramente reuniría las variedades de plancha y color y los diversos matasellos. En 1864, a propuesta del coleccionista francés G. Herpin, y en la revista pionera Collectionneur de Timbres Poste, editada en París, se sometió a debate el nombre con el que designar la afición, llamada desde entonces de diferentes maneras: timbrofilia, sellografía, etc. Helpin defendió Filatelia, que deriva de las palabras griegas -philos-amigo o amante, y -ateles-, exento de gastos de porte, en este caso al haber sido pagados. Con antelación (por el público que envía cartas timbradas). Este último aspecto fue una de las innovaciones que introdujo Rowland Hill en la Ley de Reforma Postal de 1839. El término tardó en implantarse, y así, en España, no se incluyó en el Diccionario de la Real Academia hasta 1922. Hoy, sin embargo, es de uso común en Argentina.

 

Por Mafalda Guerrero
Museóloga