El monolito que se construyó en Marayes, Caucete, en honor a la aviadora.

Hoy, 26 de agosto, se cumplen 90 años de la caída del avión que piloteaba Myriam y que terminó con su vida en el desierto sanjuanino. En ese fatídico lugar, que hoy reseña el monolito, se precipitó a tierra el "Chingolo II”. Así se llamaba la aeronave Messerschmitt BFW, y en él morían Myriam y el piloto alemán Ludwig Fuchs. La ruta se había iniciado en Buenos Aires e intentaban unir 14 provincias. La joven y bella Myriam había nacido en Suiza. De padres italianos, su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffman. 

A los 20 años ya era actriz de cine y a los 25 conoció en Venecia al escritor y millonario argentino Raúl Barón Biza, con quien se casó el 28 de agosto de 1930. Desde entonces dejó su carrera de actriz y se radicó en Argentina, donde compartía la pasión por la aviación de su esposo, que la llevó a una muerte temprana cuando sólo tenía 26 años.

En 1928, a los 23 años conoció en Venecia al escritor y millonario argentino Raúl Barón Biza con quien se casó en la basílica de San Marcos, el 28 de agosto de 1930. Así ella abandonó su carrera de actriz para radicarse en Argentina. En su currículum había sólo tres películas que la contaban en el reparto: La duquesa de Chicago, Póker de Ases y una primera versión de Moulin Rouge. 

La aviadora junto a su marido.

 

  • Pasión por la aventura

Por pedido de su esposo la mujer encaró una nueva pasión que los unía a ambos aún más, la aviación. Raúl Barón Biza tenía un espíritu aventurero, el cual su esposa compartía plenamente. Primero unieron Buenos Aires con Río de Janeiro y luego un raid por 14 capitales argentinas. Salieron de Buenos Aires en el avión Chingolo I y tras dos aterrizajes de emergencia en Santiago del Estero y Jujuy. Ella siguió junto con otro copiloto, Luis Fuchs, a San Juan con otro biplaza, el Chingolo II. En la localidad de Marayes tuvieron un nuevo accidente, pero esta vez a Myriam le costaría la vida.

Ella era "una mujer valiente, intrépida, capaz de todo”. El vuelo era solo un reto más para su joven espíritu. "Quiero iniciar un vuelo de largo aliento y llegar con mi avión donde nunca llegó otra mujer”, decía Myriam. Su gran anhelo era convertirse en la primera aviadora que uniera Argentina con Estados Unidos.

En poco tiempo Myriam consiguió el permiso de piloto civil y eligió como su instructor de vuelo a Luis Fuchs, un alemán veterano de la Primera Guerra. Su esposo le regaló un pequeño monoplano biplaza de ala baja, un BFW con motor de 80 caballos construido en madera de pino. Stefford bautizó el regalo de su marido con el nombre "Chingolo I”.

 

  • Los desafíos

Myriam se propuso unir las capitales de catorce provincias argentinas. El 18 de agosto de 1931, junto a su instructor, comenzó el circuito partiendo del aeródromo de Morón. La primera etapa del recorrido terminó en Corrientes y, al día siguiente, volaron a Santiago del Estero. El tercer paso fue llegar a Jujuy, donde tuvieron los primeros inconvenientes. Al aterrizar chocaron contra un alambrado que destruyó el aeroplano casi por completo.

Myriam no se dio por vencida y aceptó un avión prestado por el piloto Mario Debussy. Entonces, acompañada siempre por Luis Fuchs. Stefford continuó su travesía y voló a Salta, luego a Tucumán y a La Rioja.

 

  • El trágico final

El 26 de agosto, cuando viajaban a San Juan, sobre la localidad de Marayes, el monoplano sufrió un desperfecto. La rotura de la avioneta terminaría con la vida de Myriam Stefford y su copiloto Luis Fuchs.

La verdad es que, ante la muerte de su esposa, la pena de Raúl Barón Biza fue tan grande que construyó para ella el mausoleo más imponente de todo el país. Además, la construcción ha sido considerada por algunos como el segundo monumento al amor más grande en todo el mundo, después del Taj Mahal.

En realidad Raúl construyó dos monumentos: un monolito en el lugar donde cayó el avión, en los campos de Marayes, y una gran tumba en la localidad de Alta Gracia, en Córdoba. Para la edificación de esta última Barón contrató más de 100 obreros, que trabajaron bajo la orden del ingeniero Fausto Newton. Durante un año, entre 1935 y 1936, levantaron un mausoleo de 82 metros de altura, más alto que el Obelisco de Buenos Aires. La construcción tiene la forma de un ala de avión, está hecha de hormigón armado con hierro y simboliza la eternidad.

Hoy, un pueblo sanjuanino de 36 familias, a 230 kilómetros de la Ciudad, guarda en su desierto la marca inequívoca de una historia que sigue generando asombro y dudas; un obelisco que podría explotarse para el turismo con argumentos que nunca fallan juventud, dinero, amor y muerte.

 

Por: Martín Andrés Carelli, profesor de Historia, docente de la UNSJ – FFHA, miembro de la Junta de Estudios Históricos de San Juan, montañista.