‘No loco, no tengo otro, ¿querés este?‘, me preguntó Charly García blandiendo entre sus dedos de gancho el brazalete de Say No More que acababa de sacarle a su propio saco de cuero. Mi respuesta fue algo así: ‘mmmppssssooooobviooo‘. A ver, repito: Charly García, SU brazalete, ofrecía, a mí. Yo era un novato absoluto en el diario y estaba en el camarín cara a cara (o cara a pecho, porque me sacaba una cabeza de alto) con mi ídolo, mi referente, el Maestro.
Claro, debería aclarar que en ese momento él no tenía idea de que yo estaba allí para cubrir el show que estaba a punto de dar en la Fiesta del Sol ’99. García, fiel a su divismo, había exigido no ser molestado por ningún medio de comunicación. Así que cuando puse mi mejor cara de póker para colarme al camarín, grabador y libreta y birome acovachados en el fondo de la campera, y el patovica me preguntó qué hacía yo ahí, me sobrevino una lucidez inusitada: ‘Soy productor‘. Y se abrieron las aguas, y ahí entró este productor trucho, amparado por el guiño del productor real, impostando personaje y aguantando para no infartarme en los pantalones.
Fue así que terminé esa noche apoyado en la consola de sonido y viviendo literalmente desde adentro el recital encendidísimo de Charly, recibiendo la púa de su Rickenbacker como otro souvenir para toda la vida, dándoles indicaciones a los técnicos que me puteaban entre dientes (yo era ‘productor‘, recuerden) y paseando luego en combi con Mister García y compañía (la grandiosa Epumer por ejemplo) por el centro sanjuanino, disfrutando de un minirrecital íntimo ejecutado en un pianito de juguete y con las letras de sus canciones todas cambiadas en sorna por su propio autor.
La nota, obvio, fue una de las que más disfruté escribir en mi carrera. Y no fue mi último camuflaje, ya que también accedí a otros lado B siendo de golpe funcionario extranjero en la Cumbre del Mercosur, o guardaespaldas de CFK en Chimbas. Pero, casi veinte años después, sigo convencido de que lo de aquella noche con Charly es irrepetible. Lo juro por mi brazalete.
La tarea de los periodistas, en primera persona