
Hacía rato que el viejo, en el jardín, miraba sin mirar. El nieto lo advirtió pero no quiso preguntar. Lo dejaría solo con sus pensamientos. Pese a sus pocos años, el pibe había comprendido el vuelo de los pájaros, y no entorpecería la marcha de ese anciano por el azul infinito de sus memorias. Pero siguió observándolo de lejos. Creyó ver un letargo en ese rostro esculpido por los años. Entonces se acercó. El hombre lo miró y entendió al muchacho. Se llevó el dedo índice a los labios, pidiéndole haga silencio. Luego, inició un monólogo en forma de carta, dibujada con la pluma de su voz y en el papel de la tarde que moría. El pibe la guardaría en su corazón. Fue hace tiempo muchacho, dijo. Hoy vi esa pintura y me vinieron a la memoria unos circuitos que supe recorrer y amar. En ellos me largué a andar con un sentido nuevo de libertad, desconocido entonces para mí. Emancipado recorrido por lo infinito de sus promesas y hacia los intersticios del supremo origen. Ancestral camino que también hubo de desandar mi padre, cuando yo todavía no era nada. Solo energía latente, habitando los secretos anhelos de mi madre, en sus recónditas entrañas. Lugar sagrado, donde fui formado, por su gracia y virtud, cuando supo mezclar justas dosis de pasión y ternura. Como toda mujer. Hasta allí iría a buscarme mi padre, con su impulso vital, su juventud y sus deseos de trascender, repitiendo el viejo rito de la dulce rivalidad de los amantes. Y ese camino que hubieron de desandar mis progenitores, en sus cuantas noches y con lunas de miel, fue el mío varios años después. Algún día lo entenderás. Solo te diré que esas alturas, redondeces y depresiones, que observas en la pintura, se fueron desplegando ante mí, a su tiempo, con la naturalidad y simpleza con que te espera un paisaje de campo. Invitándote a que lo explores, y te aventures en la investigación exhaustiva de sus escondrijos, senderos y atajos, acompañado del aroma suave y delicado de las flores silvestres. Esa obra de arte, me inspiró pensar en estas cosas. Pero te lo cuento, para que no sigas martillándote y abandones tus inquietudes. ¿Ves esas líneas? Son las formas de la vida. Las cinceló el Creador, que en su infinita sabiduría diseñó, como el artista en esa tela, ciertas formas, que tienen la propiedad de allanarse al frenesí del caminante. Algún día serás mayor y sabrás de lo que te hablo. Cuando te pidan que no mires, que esperes, y te recuestes a esperar el paulatino oleaje. Podrás prender la luz, o quedarte a oscuras. "Una mujer desnuda y al oscuro es un enigma, y siempre una fiesta descifrarlo", dice un verso de Benedetti. Es lo que estoy viendo hijo, en esa pintura. No me canso de transitar esas colinas y adivinar, allí por donde el color se vuelve más intenso, el urgente desplazamiento de la sangre, preludio del amor. Y una, de entre tantas lides, producirá un milagro, el encuentro entre dos polos que dará comienzo a una vida. El rostro del viejo pareció recobrar su lozanía y su mirada brillaba. El chico sonrió y resolvió dejarlo. Comprendió que, por cierto, su abuelo ya no estaba solo.
Por Orlando Navarro
Periodista
Pintura: Germán
