Señor director:
Cuando el circo, a través de su vida itinerante, se acerca a la ciudad, el público encuentra un espacio para alegría y distensión. Niños, jóvenes y adultos proyectan en todo, desde el director que aparece sonriente, orgulloso de la función que con tanto esfuerzo organiza, más los malabaristas, payasos y acróbatas, hasta quienes acomodan el ingreso de los espectadores. Y sólo se aplaude al final. Esa semilla de alegría y bienestar tiene su cosecha inmediata en el regocijo y sonrisa que acompañan al salir. El 1 de marzo pasado, al abrirse las sesiones ordinarias del ordinario accionar en el Congreso de la Nación, no fue un espectáculo circense como repite una gran mayoría. Fue un espectáculo penoso que echó por tierra la esperanza de millones de jubilados, de muchísimas pymes, de maestros, desocupados, amas de casa, entre tantos sectores del trabajo. Nadie respetó a nadie. La agresión verbal reinó en el lugar, tomada de la mano de la grosería, la vasodilatación de los rostros exacerbados, los gritos, la inoperancia. El sabor amargo llegó a todos. Porque los actores repetidos de esa escena para nada circense, los elegimos nosotros. Les permitimos pasearse por todas las butacas según su conveniencia. Y esta semilla, como la del circo, germinó rapidísimo llenándonos de tal tristeza y desesperación que nos induce a pensar muy bien a quiénes elegir como los próximos conductores de la patria, porque hasta acá, al equivocarnos tantas veces, nos hemos ido quedado sin circo.
Edith Michelotti
Grupo Hepatitis Rosario
Santa Fe
