Gladys Cepeda lo recuerda como si fuera hoy. Aquella fría noche del 26 de junio de 2018, cerca de las 22, estaba en la cocina de su casa en el Lote Hogar 55, en Ullum, cuando vio a través del gran ventanal que da a la calle a su vecina de toda la vida, Leila Rodríguez (24), aquella chica que vio crecer y a la que consideraba prácticamente como una hija. La vio cruzar la calle, agachada, concentrada en su teléfono, y de repente la invadió una sensación que no había sentido nunca. Algo como una energía de presagio pésimo, que la llenó de angustia. "Me dio una cosa muy fea. Yo la conocía desde que había nacido y era como una hija para mi, al verla sola a esa hora y con el frío que hacía, decidí quedarme a esperarla. Pero estuve como hasta las doce y media (del otro día) y no volvió". Al otro día, alrededor de las 16, la joven fue encontrada muerta y Gladys pudo cerrar el círculo de aquella extraña premonición: "algunas veces presiento, pero como nada como esa vez, fue algo muy feo", dijo ayer Gladys a este diario.
Lo mismo dijo ante el tribunal de la Sala III de la Cámara Penal, que la llamó a declarar como testigo en la causa que tiene a la expareja de Leila, Esteban Pacheco (26) como único y principal sospechoso del crimen.
El testimonio de la mujer se suma a los de la familia de la víctima, que ya retrataron ante los jueces Eugenio Barbera, Silvina Rosso de Balanza y Maximiliano Blejman, cómo había sido la relaciones entre Pacheco y la víctima antes del homicidio.
De novios durante varios años, tuvieron una hija y decidieron convivir. Pero la relación no marchó y tres meses después, se separaron. Ella volvió con sus padres y él se limitó a visitar a su hija. Sin embargo las cosas empeoraron cuando él dejó de pagar la cuota alimentaria y ella judicializó su reclamo.
Pacheco quedó complicado en el crimen porque los cruces telefónicos revelaron fue el último en contactarse con ella. Y lo más grave, una prueba de ADN delató su perfil genético en las uñas y en unas gotas de sangre halladas en el rostro de Leila.