Dicen que lo vieron bajoneado y que hasta le escucharon decir que se sentía cansado. De ese cansancio que no sirve para dormir, de ese sueño que tampoco sirve para descansar, de ese cansancio que se percibe más a primera hora, de ese cansancio que espera la noche con temor y la mañana con angustia. Tal vez comenzó a darse cuenta de que en lugar de vivir había comenzado a durar, lleno de obligaciones que hacía tiempo le habían dejado de entusiasmar. Miraba su foto de no hace tanto, 2006, cartón testigo de ese arte cruel que carece de continuidad, que refleja sólo la perfección de un instante. Joven, vivaz, talentoso, lindo, ágil, con el mundo a sus pies. Apenas hace 14 años, pareciera que cada minuto fue un año. En su espejo la imagen actual, agobiado, lento, gordo, balbuceante, pasando de una cama a la otra, de una clínica a la otra, de una multitud bulliciosa y simultáneamente sorda a la otra, de una familia codiciosa a otra peor, de asesores, abogados y médicos tratando de extender los beneficios de mantenerlo en vida para mantenerse ellos porque la verdad es que todavía vendía y posiblemente seguiría vendiendo después de muerto. Reflexionó por un instante y llegó a advertir que en ese caso no tendría venganza posible, su desaparición, ese deseo de borrarse definitivamente que lo había asaltado varias veces en el catre de la terapia, no lograría el premio que todos los humildes esperamos, el olvido. Porque en los últimos años se había vuelto humilde, aunque su historia no lo dejaba en paz, no le permitía cambiar, le exigía que siguiera siendo aquél que todos creyeron sería para siempre, eso que los demás quisieron pero no pudieron ser. Ni estaba en condiciones ni tenía ganas de festejar su cumpleaños, no había nada que festejar pero la cancha estaba llena y estaban todos los que querían usarlo una vez más antes de que… nadie se animaba a decirlo. ¿No habrá llegado la hora de decir basta, hasta aquí llegamos, se terminó? Ese cuarto de corazón que le quedaba estaba perdiendo toda la pasión, todos los afectos, esos que en algún momento sintió por sus hijas, sus padres y hasta por alguna de sus esposas, porque se había casado varias veces, nada de juntarse, con ceremonia y todo, como Dios manda. Las leyes del hombre le habían obligado al bochorno de tener que reconocer hijos, tantos que algunos bromeaban con que podría formar su propio equipo, con su propio nombre. Es cierto, uno de esos críos al menos había demostrado cierta herencia, cierto toque aunque muy lejos del suyo, que fue único. Ni lo formó ni heredó, esa destreza perdida castigada por el alcohol y las drogas vino sola, fue su don, ¡qué jugador hubiera sido! Lo hicieron fatigar juzgados familiares demandado por amantes circunstanciales a las que embarazó, los médicos le habían informado que no tenía corazón para tanto cariño, que ni siquiera le alcanzaba para mantener lo poco que ya tenía, pero claro, estaba la plata, mucha plata. Decidido, ya está. El golpe en la cabeza de los otros días mostró que el fin está cerca. De joven y lúcido hubiera puesto las manos o sus músculos hubieran reaccionado con la agilidad de toda una vida de entrenamientos. Pero no fue así, su reacción fue la de un viejo de 100 años y después, otra operación más. Si sumaba las de beauty que se hizo en la Cuba de Fidel ya podría describir un quirófano mejor que cualquier cirujano, cuando no era la rodilla, era algún órgano y lo último fue una señal inequívoca, la azotea no perdona. En los escasos instantes en que recobraba la conciencia, dormida de tanto calmante, imaginó lo que podría ser su entierro, alguna riña para ver quién se apropiaba de la ceremonia, varias viudas peleadas entre ellas, varios hijos que a lo mejor se conocerían recién en ese momento, funcionarios preocupados por organizar un hecho multitudinario en medio de una pandemia y dirigentes apurados en usar su nombre para días, estadios, plazas o calles. De repente sintió un fondo de boca entre orgulloso y triste, él había sido grande y todo tendría que ser a lo grande, pero se le había prohibido estos homenajes a la gente común, al pueblo que es el que siempre lo siguió, estaba la pandemia. Conociendo la pista y los personajes estaba seguro de que todo se haría mal, tratando de sacar partido de su figura una vez más, otra de tantas. Este es el fin, se acabó, cae el último telón… después de todo de chico nunca pensó que llegaría tan lejos, pero llegó. Lo recibió el Papa, consiguió dos gorras de Fidel, el elogio de Chávez, le pintaron una Ferrari de negro, fue embajador, se dio el lujo de insultar a los grandes, levantó la gran Copa, se calzó la celeste y blanca desde los 17 años… qué más. Lo que venga será siempre indigno, mejor volver con la familia, como al principio de todo, como cuando hacía jueguitos para divertir a la tribuna en los entretiempos, un adelantado del freestyle. Chau, no va más. Adiós intensidad, llegan la eternidad y la paz.
