Todavía hay situaciones mágicas en pleno siglo XXI. Esto es cuando un ser humano cualquiera padece una problemática patológica y/o psíquica difícil y, que como consecuencia de ésta, (ya que tiene temblores corpóreos, larga espuma, o emite sonidos guturales extraños) intervengan personas, con “ciertos poderes”. Éstos suelen aplicar un método denominado exorcismo. Se trata de un morbo que, como curiosidad puede ser leíble, ya que la necesidad es que existan estos misterios, sobre todo a los que José Ingenieros denominó como, “los explotadores del sentimiento religioso”. Pero para otros, resulta un hecho detestable e inclusive, atenta contra los principios del sentido común, ética y orilla la ilegalidad.

Esta situación, sin lugar a dudas podría caber, si imagináramos por un momento que estamos en el siglo XII o XIII, y que vivimos en algún lugar de Europa. La medicina casi no merece todavía ese nombre, y las sangrías son el tratamiento más avanzado que existe para curar cualquier cosa que se presente en el “consultorio médico”. Supongamos también, que tienes la mala suerte de padecer, por ejemplo, un trastorno mental (alguna fobia, delirio, etc.) o alguna enfermedad como la epilepsia. Vives en una pequeña aldea, donde rápidamente tu problema llama la atención de todos, y la ciencia médica nada puede hacer por ayudarte. Es muy probable que en una circunstancia como esa, como medio de solución se realice un exorcismo, ya que la única explicación “razonable” que tiene tu mal es una “posesión” de algún tipo.

Esta facilidad para aceptar lo sobrenatural ha estado presente siempre en el ser humano, y a pesar que hoy la ciencia ha demostrado la falsedad de infinidad de creencias erróneas, todavía existe. En el caso de los denominados exorcismos y las posesiones, es la psiquiatría la que tiene la palabra.

Podemos argumentar que el problema en el ejemplo anterior es la incapacidad de la ciencia o tecnología disponible para efectuar un diagnóstico correcto. Y efectivamente, esa es una parte importante del problema. Pero la otra cara de la verdad es que a los habitantes de la pequeña aldea les resulta más sencillo creer que los síntomas se deben a la presencia demoníaca, y no a un trastorno psicológico o un virus. Ahora bien, esta situaciones, se dan a menudo, y es moneda corriente en países tercermundistas y son en general, cuestiones que ponen en crisis el verdadero sentido del culto religioso, sobre todos, para los que hacen de esto una cuestión seria y filantrópica real.

La famosa frase filosófica que expresa ¿cómo reconoce usted que lo que está viendo no es esquizofrenia, sino un milagro?, es de aplicación a estos casos, porque para algunos, esto tiene que ver más bien con una enfermedad que necesita, antes que nada, ser atendida por un profesional de la medicina para el oportuno diagnóstico.

Para las ciencias, lo que para algunos puntos de vistas religiosos es una posesión, es en realidad, un delicado trastorno dispositivo clasificado como una enfermedad mental. En medicina, a menudo se le denomina como un “trastorno de trance”, “trastorno de personalidad múltiple” o demoniopatía.

La contienda entre la psicología y la religión es muy dura en este punto. Es que mientras que un individuo enfermo, que requiere de un profundo tratamiento profesional, es visto como un paciente desde la medicina, para algunas religiones es un ser poseído.

Las alucinaciones, los espasmos, la automutilación y hasta los trastornos del habla son la pura evidencia de que algo en el cerebro está funcionando mal, no en el alma o en el espíritu. Un esquizofrénico, un epiléptico o hasta una persona con síndrome de Tourette, lejos esta de un demonio. Esperemos pues, que lo la magia no supere la razón.

 

Juan Carlos Noguera Ramos   –  Abogado – escritor