El "cura guacho" era un hombre entregado a la obra de Dios.

 

Suelo visitar, en mis tiempos de descanso, el valle de Traslasierra, en Córdoba. Mina Clavero y Cura Brochero son los pueblos donde acostumbramos recalar por unos días. Las separa el río Los Sauces, que es resultado de la unión de los ríos Mina Clavero, que baja de las sierras, y del Panaholma, que viene del norte. Frío el primero y "tibión” el segundo, hacen de Los Sauces un río muy acogedor y seguro, sobre todo para los más pequeños, rodeado de extensas playas, que lo convierten en muy atractivo para reponer las fuerzas y oxigenar los pulmones. Y la mente.

Al cruzar el puente para ingresar a Cura Brochero, una imagen ecuestre del santo impacta al viajero, sobre todo por ese brazo extendido, con la imagen del Crucificado entre sus dedos. Durante el pontificado del papa Francisco fue declarado santo, y en el corazón del pequeño pueblo, frente a la plaza, está la iglesia que conserva sus reliquias y al lado la casa de ejercicios espirituales, que el mismo cura hiciera levantar desde fines del siglo 19.

José Gabriel del Rosario Brochero había nacido en Villa Santa Rosa, Córdoba, el 16 de marzo de 1840 y murió de lepra el 26 de enero de 1914. Cuando tenía 26 años fue ordenado sacerdote y con 29 fue designado vicario del departamento San Alberto, lo que es conocido hoy como valle de Traslasierra.

Ahí, entre sierras, ríos y caminos de tierra, desarrolló una ímproba tarea pastoral a lomo de su mula "malacara”, que lo llevó a cada rincón donde hubiese un alma que rescatar para el Señor. Brochero, se aparecía de pronto por algún rancho "tapia o de soledades”, se apeaba, aceptaba un mate y conversaba, hasta adentrarse en el corazón de esa gente. Absorbía sus necesidades materiales y espirituales y tendía una mano, en correspondencia con el objetivo bíblico de "apacenta mis corderos”.

Esta apretada síntesis del Cura Gaucho, procuraré ir desarrollándola en futuras notas, en mérito a su proficua tarea pastoral y porque su historia está muy emparentada con nuestra provincia. Por un lado por su amistad con el montonero Santos Guayama, de larga historia en las lagunas de Huanacache, y por otro, porque en el segundo milagro por el cual fue canonizado, intercedió por la salud de una nena sanjuanina, quien se recuperó de una grave dolencia.

 

Por Orlando Navarro
Periodista