Ciudad del Cabo, la capital de Sudáfrica, era en 2018 una metrópoli con cerca de 4,3 millones de habitantes y que, como muchas otras ciudades en el mundo, había experimentado una explosión demográfica en las últimas décadas. Explosión que no fue acompañada por una debida planificación urbana y por obras que garantizaran el correcto suministro de servicios esenciales. Uno de estos servicios es el agua, que Ciudad del Cabo obtiene de una serie de diques construidos en las montañas al este de la ciudad.
Y a diferencia de San Juan (donde la principal fuente de agua proviene del deshielo en alta cordillera), en Ciudad del Cabo son las lluvias invernales las que nutren las represas río arriba. Pero los inviernos de 2015, 2016 y 2017 fueron particularmente secos, a tal punto que los diques vieron fuertemente mermados sus niveles para principios de 2018.
EL PROBLEMA
Según un estudio de Groundup, una agencia de noticias sudafricana sin fines de lucro, en 2015 el uso domiciliario representaba el 65% del consumo de agua, y la mitad de ese porcentaje correspondía a un uso no esencial (llenado de piletas, riego de jardines y lavado de autos, entre otros). De continuar con ese ritmo de gasto, los diques cruzarían un nivel crítico por debajo del cual el suministro domiciliario se vería cortado en su totalidad en abril de 2018. Ciudad del Cabo tenía apenas un puñado de meses para evitar una catástrofe humanitaria sin precedentes modernos: convertirse en la primera gran ciudad en agotar su suministro de agua potable.
EL DÍA CERO
Llegaría un día, el Día Cero, en que las canillas quedarían totalmente secas y ese día no quedaba lejos. Para peor, no se sabía con seguridad cuánto duraría el corte general ni se conocía cuándo llegarían las esperadas lluvias de invierno. Durante el tiempo sin agua potable, la población podría verse afectada no sólo en lo más básico, como lo es hidratarse o higienizarse, sino que además podría quedar expuesta a brotes epidémicos que proliferan en ambientes de saneamiento insuficiente. Fue por eso que el fuerte de la campaña para evitar el Día Cero se centró en la población.
LAS DRÁSTICAS MEDIDAS
El plan de acción se dividió en tres fases. La primera consistía en una serie de medidas de ahorro y racionamiento general. Todo habitante de Ciudad del Cabo debía restringir el uso de agua potable al máximo. Las autoridades recomendaban desde no lavar el auto hasta ducharse por no más de dos minutos. La cantidad de agua doméstica, por día, quedó limitada a 87 litros, y se instó a la población a no regar sus jardines, a sacrificar el llenado de sus piletas, reciclar el agua del lavamanos, limitar severamente el uso de lavarropas, limpiar los platos con el mínimo posible y evitar cualquier derroche. Se aconsejó no tirar la cadena del baño, "salvo que fuese estrictamente necesario". Y para desalentar todavía más el consumo, se aplicaron aumentos tarifarios y penalizaciones para aquellos usuarios que no bajaran su gasto diario.
La segunda fase, a la que se llegaría si la primera no tenía éxito y el nivel de los diques quedaba por debajo del 10%, implicaba que sólo recibirían agua algunas áreas comerciales consideradas estratégicas, hospitales, barrios precarios y zonas de alto riesgo epidemiológico. El resto debía acudir a alguno de los 200 puestos de suministro de emergencia (que estarían custodiados por guardias armados), y esperar por sus 25 litros diarios, el límite para esta fase. Esto era, ni más ni menos, el Día Cero.
La fase tres ya contemplaba el corte total, tanto para los sectores estratégicos como para la población vulnerable. Era un escenario de catástrofe lisa y llana.
CIUDADANÍA Y ESFUERZO
Luego de tres meses larguísimos de escasez y crisis, en los que la población se organizó fuertemente y se redujo más del 50% del consumo, finalmente Ciudad del Cabo pudo aplazar indefinidamente la llegada del Día Cero. La experiencia de hacer cola para llenar botellones, ver alterada severamente la vida cotidiana o experimentar la cercanía de una catástrofe llevaron a que la ciudadanía sudafricana comprendiera el valor real que tiene el agua y cuan superfluo es llenar piletas en época de sequía. Ese invierno de 2018 llovió en Ciudad del Cabo, pero los modelos climáticos de las universidades locales prevén más inviernos secos producto del calentamiento global. No se sabe cuándo volverá el Día Cero, pero la población de Ciudad del Cabo está preparada.
EN NÚMEROS
- 37.000 empleos se perdieron en 2018 como consecuencia de las restricciones en el uso de agua para irrigación, del orden del 60%.
- 50.000 personas quedaron por debajo de la línea de pobreza debido al desempleo y al aumento de precio de los alimentos.
- 35 a 200 dólares, la multa por gastar más de 50 litros diarios. Mucho para los pobres, poco para los ricos, quienes pagaban la multa y derrochaban igual.
Por Pablo Rojas para Suplemento Verde
