Hacerle una entrevista a Diego Armando Maradona era, es y será casi un imposible. Tipo carismático si los hay. De esos que todo el mundo quisiera tener algo de él. Aunque sea un saludo. Un apriete de manos. Imagínense hablar a solas con él durante tres horas. Por la madrugada. Sin que nadie interrumpa la conversación.

 

Año 1995. Diego era el técnico de Racing. La Academia estaba peleada con la prensa y no daba notas. Ni jugadores, ni cuerpo técnico ni dirigentes. Estaban en Mendoza para el fútbol del verano. Junto con el fotógrafo Marcelo Larraquy gestionamos la nota y viajamos. No nos atendió. Así repetimos durante cinco días el mismo viaje. Ya no dábamos más. Hasta que en el séptimo se dio la entrevista. Fue a través de su cuñado “El Morsa”, jefe de la barra brava de Argentinos Juniors que viajaba con el clan Maradona para todos lados. El cuñado se “vendió” por una damajuana de vino blanco sanjuanino. Y nos acordó la nota sin que nadie se enterase. Hablamos de todo, menos del presente como DT de Racing. Esa era la consigna.

 

Fue tras la cena del plantel. Diego llegó a decir en ese entonces: “Hay que levantar las banderas del Che”, título que se difundió por el mundo. Habló de todo. Tanto que la nota dio pie para que se haga un sumplemento completo. Inclusive anticipó que volvería a jugar al fútbol en Boca, como meses después lo hizo.

 

La nota con el Diego. Fue un placer. Un lujo. No se lo dije a él en ese momento, pero durante toda la charla tuve la sensación de que nunca volvería a hacer una nota así. Y tuve las ganas de festejar mucho más que en un gol de la Selección Argentina en un Mundial.
El suceso menos pensado

 

 

La tarea de los periodistas, en primera persona