Ante tanta devastación surge la figura del Dr. José Miguel Urrutia.

 

Han pasado 75 años del trágico terremoto del 15 de enero de 1944 y aún perviven en la memoria colectiva de los sanjuaninos las secuelas de aquella brutal tragedia. Mucho se ha escrito al respecto. Particularmente en mis notas e investigaciones me he referido al San Juan devastado desde lo arquitectónico y a las víctimas fatales como consecuencia del impiadoso sismo. Sin embargo poco y nada se ha escrito respecto al destino de los heridos que llegaban a los puestos sanitarios. Pensar desde nuestro presente a qué se asemejaría el escenario de nuestra ciudad y alrededores durante el terremoto nos lleva a imaginar un campo de batalla donde después de un bombardeo inicial quedan miles de muertos y heridos. En las guerras del pasado la presencia de médicos salvando vidas contra toda adversidad nos remite por ejemplo a mencionar a Dominque Jean Larrey de la Grande Armeé de Napoleón, que sin contar aún con anestesia era capaz de efectuar una amputación en el cuerpo de un soldado en escasos minutos. Ni hablar del extraordinario desempeño de Diego Paroissien, cirujano inglés, que acompañó a San Martín en su Campaña Libertadora.

Dr. José Miguel Urrutia.

San Juan durante la tragedia tuvo la fortuna de contar con la presencia del Dr. José Miguel Urrutia, médico cirujano proveniente de la provincia de Córdoba, quien tuvo a su cargo inicialmente el operativo sanitario. Su tarea no se limitaba puramente a lo administrativo, estaba precisamente en los puestos sanitarios y hospitales donde su experiencia y profesionalismo lo convocaban a salvar heridos rescatados de entre los escombros. El mejor testimonio nos lo brinda su hijo, Prof. Dr. Rubén Urrutia, quien sostiene "que su padre se reconocía como el médico que mayor cantidad de amputaciones había realizado en el país, estimadas en seis mil". Contaba el Dr. Urrutia: "…En aquel tiempo aún no había antibióticos, faltaban varios años para que se descubriera la penicilina. Las fracturas expuestas necesitaban la amputación como tratamiento para evitar la infección que ponía en serio peligro la vida. Los pacientes estaban en sus camas o camillas. En una sala común, un suboficial enfermero o una enfermera lavaba el miembro a amputar. A continuación otro enfermero pincelaba la zona con alcohol yodado y un médico aplicaba las inyecciones de anestesia local. Otro médico o enfermero traccionaba fuertemente la piel y la carne hacia el cuerpo del traumatizado; entonces el cirujano cortaba en dos profundos tajos que llegaban hasta el hueso, cortaba el mismo con una hachuela o con una sierra, ligaba los vasos que sangraban. El que sujetaba la pierna aflojaba la tensión y se suturaba rápidamente la piel. Esta tarea para la amputación del muslo, por ejemplo, no duraba más de seis minutos y menos tiempo para amputar la pierna, el brazo o dedos". Con el paso del tiempo San Juan se fue recuperando del espanto inicial; sin embargo, las crónicas sanitarias de entonces no evitan imaginar una ciudad devastada, en ruinas y con miles de sus habitantes amputados físicamente ambulando por sus calles sin brazos, manos, dedos o alguna de sus piernas.

San Juan sigue en deuda con sus muertos. Aún no se erigió un monumento que perpetúe la memoria de las víctimas del terremoto de 1944. Además, la comunidad sanjuanina en su conjunto está en deuda con el mundo entero al no existir ningún espacio público que testimonie el agradecimiento hacia todos ellos por tanta ayuda recibida.

 

 

Por Juan José Arancibia   Sociólogo. Genealogista.