Secuelas. La maestra Marcela Sánchez confiesa que su vida no volvió a ser igual. Pasó de amar la lluvia a tenerle pánico y no salir cuando llueve. Se mudó a una casa de dos pisos como manera de prevención.

 

Las pertenencias y recuerdos personales de 190.000 vecinos quedaron sumergidos bajo el agua de una torrencial lluvia sin precedentes. Hoy, a cinco años de la inundación en La Plata, en la que murieron 91 personas y provocó el ingreso de agua en más de un tercio de los hogares de la ciudad, son muchos los vecinos que aún optan por no salir a la calle cuando llueve, chequean permanentemente el pronóstico o se mudaron a edificios para evitar plantas bajas.

La inundación del 2 y 3 de abril de 2013 dejó a los damnificados platenses con miedo y no logran olvidar aquella fatídica noche y recuperarse del trauma por completo.

La maestra Marcela Sánchez, en cuya vivienda de las calle 9 entre 33 y 34 entró un metro y medio de agua, contó a Télam que “mi vida nunca más volvió a ser lo que era, antes me encantaba la lluvia y ahora le tengo miedo. Me mudé a un segundo piso y trato de no salir cuando llueve”. “Incluso, caen dos gotas y pongo trapos debajo de las puertas, cierro persianas y subo las fotos arriba del televisor. Tenemos con amigos un grupo de Whatsapp mediante el cual nos alertamos ante probabilidades de lluvias”, apuntó.

Las dramáticas secuelas también perduran en Gisela Ponce, una artista plástica que vivía junto a su novio en 523 bis entre 7 y 8, en Tolosa, y a la que en pocos minutos se le inundó la casa. Al advertir que el agua les tapaba la cintura, decidió irse con sus mascotas a un club del barrio, donde se refugió junto a decenas de personas parados arriba de mesas, a oscuras e incomunicados.

“No veíamos nada y escuchábamos gritos desesperados de afuera pidiendo auxilio”, recordó Gisela, quien contó a Télam que a las 8 de la mañana del día siguiente “todos vimos con espanto cómo un vecino sacó a su mujer muerta de su casa”. “Me llevó dos años superar el miedo y nos mudamos a una casa de dos plantas para tener dónde resguardarnos si ocurre de nuevo”, rememoró.

La arquitecta Celina Bertomeu es otra vecina que atravesó una experiencia traumática cuando quedó encerrada en su propia casa de la calle 32 entre 9 y 10 con su hijo y el agua a la altura de la cintura.

Cecilia continúa sintiendo “mucho miedo” y su conducta “está condicionada al estado del tiempo”. “Soy casi adicta a los partes meteorológicos: si llueve y estoy durmiendo, me despierto a controlar la subida del agua. Más de una vez levanté colchones de la pieza de abajo, por las dudas”.

“Ahora los libros están en estantes altos; si no estoy en casa, trato de volver en cuanto empieza un chaparrón; y si no estoy en la ciudad y me entero que llueve en La Plata, me angustio y le pido noticias a algún vecino”, contó.

Alejandro Albano, de la Asamblea de Inundados Tolosa, afirmó que “el estrés postraumático sigue vivo en muchos platenses que ante un alerta no salen de sus casas” y dijo que “la lluvia dejó de ser un elemento romántico para ser algo peligroso”.

El colocador de aires acondicionados Néstor Rodríguez atravesó la tragedia con su hija de tres años en una casa de 66 y 28 y junto a sus vecinos ayudó a rescatar a unas 30 personas durante la inundación.

“Es triste cuando empieza a llover de noche porque la calle se llena de agua de cordón a cordón y empiezo a rezar para que pare”, dijo a Télam.

La médica psiquiatra Silvia Bentolilla, consultora de la Organización Mundial de la Salud en Emergencias y Desastres, explicó a Télam que “ante una tragedia, hay una gama de reacciones”.

“Hay personas para las que esta situación tuvo un impacto negativo en la salud mental, quienes hicieron tratamientos y lo procesaron, otras que sencillamente lo elaboraron por su cuenta, y aquellas que sólo modificaron algunas conductas y ahora toman más precauciones”, explicó Bentolilla.

La especialista aseguró que “existe un porcentaje menor (de personas) a las que dejó una secuela crónica. En esos casos, hay tratamientos para elaborar la vivencia traumática. Es importante que las personas sepan que más allá de no querer volver a vivir en determinada casa, lo que es comprensible, pueden recuperar la salud”.

“Una inundación, como cualquier otra catástrofe, es una situación extrema y extraordinaria”, por lo que “la reacción en el momento agudo, cuando está en riesgo la vida, es el hiperalerta”, señaló Bentolilla, para quien “cuando se cronifica y tiene un impacto traumático, el riesgo es quedar con trastornos de ansiedad, depresiones y recuerdos intrusivos”.

Para la experta “esto se llama estrés postraumático. Hay tratamientos específicos para la elaboración de la situación y desactivar ese hiperalerta que quedó activado, porque si se cronifica trae patologías”.

“La buena noticia es que se puede curar. Las reacciones postraumáticas en el largo plazo pueden trabajarse terapéuticamente. Que la población no se quede con la idea de que una vez que algo la impactó negativamente va a quedar angustiada de por vida”, subrayó.