"No diré que el Facundo es el primer libro argentino; las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica. Diré que, si lo hubiéramos canonizado como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor" – Jorge Luis Borges.

Domingo Faustino Sarmiento tras su segundo exilio a Chile, (a finales de 1840), es allí donde en su amargo regreso al país trasandino, escribe en los cerros de Zonda "On ne tue point les idees" o la traducción tan particular que el propio Sarmiento realizaba, "Bárbaros, las ideas no se degüellan". Un buen día allí en Valparaíso, donde vivía y escribía para el diario "El Mercurio", es visitado por su amigo Manuel Montt, quien se desempeñaba en el cargo de Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública de ese país. Entre ambos se produce un diálogo que sería fundamental para el futuro de una de las mayores obras literarias hispanoamericanas y con trascendencia mundial, esa charla de amigos sería: "¿Qué le pasa, don Domingo, que lo noto muy ofuscado?", preguntaría Montt, a lo cual Sarmiento le respondería en términos que mostraban ese carácter irascible, pero no menos cargado con un importante y mayúsculo "ego", que el "Gran Maestro" poseía: "Estimado amigo, lo que pasa es que estoy cansado que mis compatriotas ataquen mis ideas y no entiendan lo importante y magníficas que son para el desarrollo y beneficio de mi patria"; entonces, Manuel Montt lo mira y le responde: "Y, bueno, don Domingo, respóndale de la forma que sólo usted sabe hacer, escríbales un libro". Es ahí donde Sarmiento comienza a bosquejar los primeros párrafos y el 2 de mayo de 1845 se inició la publicación de "Facundo", en la sección de folletín del diario "El Progreso", que finalizó el 21 de junio con el capítulo IX, "Barranca Yaco", con lo que alcanzó un total de veinticinco entregas.

Una apasionada denuncia contra la dictadura de Rosas a través de la biografía de Juan Facundo Quiroga, "Teniente gaucho de Rosas". En 1845, apareció en Chile el libro "Civilización i barbarie: vida de Juan Facundo Qiroga", por intermedio de la Imprenta del Progreso y utilizando la ortografía sarmientina. 

A diferencia del folletín, este texto incluyó un epígrafe acompañado de su traducción, "A los hombres se degüella: a las ideas no", y un "Prológo" (así lo denominó su autor en el índice), en el que Sarmiento daba cuenta de su condición de exiliado y su llegada a Chile, "donde la libertad brillaba aún" (Sarmiento, Domingo Faustino. Civilización i barbarie: vida de Juan Facundo Qiroga". Santiago: Imprenta del Progreso, 1845). También, se incluyeron dos capítulos finales que no aparecieron originalmente en "El Progreso": "Gobierno Unitario" y "Presente i Porvenir".

Su inmediato éxito hizo que se publicara en un volumen independiente. Rápidamente el libro pasó, de modo clandestino, a Argentina, logrando una repercusión inmediata en la opinión pública. 

SARMIENTO Y LOS GAUCHOS

La literatura gauchesca, tal vez exagerada, ha "agrandado", me parece, la importancia del gaucho. Contrariamente a los vaivenes de la sociología moderna, "El Facundo" es una historia de individuos y no de masas y un ensayo "sociológico" de su época. Hilario Ascasubi, quien fuera uno de los primeros poetas gauchescos, y que Sarmiento apodaría "el bardo plebeyo, templado en el fuego de las batallas", celebró a "Los gauchos del Río de la Plata", cantando y combatiendo hasta deponer "al tirano" Juan Manuel de Rosas y a sus seguidores en todo el país, pero podemos preguntar si los gauchos de Güemes, que dieron su vida a la Independencia, habrán sido muy diferentes de los que comandó Facundo Quiroga, que la ultrajaron, fueron gente rudimentaria e inculta, les faltó el sentimiento de la patria, para algunos, vagos y dejados, que montaban y comían animales que se criaban solos en las pampas argentinas y ellos no poseían ya que, "era más trabajoso y difícil criarlos", no eran "civilizados".

Cuando los invasores británicos desembarcaron cerca de Quilmes, los gauchos del lugar se reunieron para ver con sencilla curiosidad a esos hombres altos, de brillante uniforme, que hablaban un idioma desconocido; sin embargo, la población civil de Buenos Aires y más culta o "civilizada" (no las autoridades, que huyeron) se encargaría de rechazarlos bajo la dirección de Liniers.

El episodio del desembarco es notorio y los "gauchos" de esa Buenos Aires eran más "civilizados", por el solo hecho de rozarse con gente culta y gracias a ellos y al resto de los vecindarios donde vivían, dieron batalla al "invasor inglés".

Sarmiento comprendió que para redactar su "gran obra literaria", no le bastaba un ciudadano o gaucho "primitivo" anónimo y buscó una figura de más relieve, que pudiera personificar "la barbarie".

La halló en Juan Facundo Quiroga, poco lector de la Biblia, que había enarbolado, como "negro estandarte", la sentencia "Religión o Muerte". Rosas no le servía, no era exactamente un caudillo, no había manejado nunca una lanza y ofrecía el notorio inconveniente de no haber muerto y ser un "déspota culto".

Sarmiento precisaba un fin trágico. Nadie más apto para el buen ejercicio de su pluma que el predestinado Quiroga, que murió acribillado y apuñalado en un carruaje (el 16 de febrero de 1835). El destino fue misericordioso con el riojano; "le dio una muerte inolvidable" y dispuso que la contara Sarmiento.

 

> Valor literario

Facundo es uno de los principales exponentes de la literatura hispanoamericana. Además de su valor literario, la obra resulta fundamental por su análisis del desarrollo político, económico y social de Sudamérica, de su modernización, sus potenciales y diversidad cultural. Como lo indica su título, en el texto, Sarmiento analiza los conflictos que surgieron en Argentina una vez alcanzada la independencia política en 1816, partiendo de la antinomia intranacional entre civilización y barbarie.

Facundo muestra la vida de Juan Facundo Quiroga, militar y político "gaucho", miembro del Partido Federal, que se desempeñó como gobernador y caudillo de la provincia de La Rioja durante las guerras civiles argentinas en las décadas del 20 y 30 del siglo XIX.

 

Por Jorge Reinoso Rivera
Periodista – Historiador