Si bien asume con resignación que la mudanza obligada es casi inevitable debido al progreso, Jorge Herrera está invadido actualmente por las primeras olas de nostalgia. El kiosco que instaló su padre, Angel, hace casi 60 años en Avenida Ignacio de la Roza, a una cuadra al Oeste de la Esquina Colorada, al lado de la escuela Provincia de Tucumán, puede tener las horas contadas en ese sitio debido al programado ensanche de la arteria que conecta Rivadavia con Capital.
“Me animo a decir que es el kiosco más antiguo de Rivadavia, mi padre lo montó en 1958 y lo inscribió en 1962 en la Municipalidad. Junto a mi madre vivieron de él, lo mismo que ahora en mi caso”, señaló Jorge, quien rota los turnos de atención con su esposa, Ivana Alejos, y su hija, Sol Herrera, principalmente.
“Ya recibí la notificación de la Municipalidad que debemos trasladarnos y empezamos con los trámites para ver un sitio nuevo donde instalarnos que nos aprueben y sea conveniente”, agregó el dueño del kiosco de chapa amarillo que lleva el mismo apodo que su padre, “Chuncano”. “Creo que nos conocen más por el apodo que por el propio nombre”, agregó.
“Es una pena si tenemos que dejar este lugar. En la Municipalidad recibí un buen trato”.
JORGE HERRERA – Propietario kiosco
Los propietarios de los negocios ubicados en la avenida que separa a las villas Rodríguez Pinto y Del Bono saben que se vienen días complicados por el periodo que duren las obras, interrumpiendo el tráfico. Además, un par perderán el local tal cual lo tienen actualmente porque las construcciones superan la línea de edificación. El caso del kiosco es único. Como la vereda que se dejará para la circulación de peatones es angosta, no hay lugar disponible para este negocio. Por eso Jorge recibió la visita de Pablo, quien trabaja en una ferretería cercana, para interiorizarse sobre la sucesión de hechos.
Y es el tamaño del kiosco lo que también le agrega un poco de preocupación a Jorge por la mudanza obligada. “Hay que ver si no es un contratiempo para que apruebe la Municipalidad el nuevo lugar. Lo bueno es que tenemos un buen diálogo”, sopesó.
Para graficar el sentimiento de arraigo que hay con el negocio en la familia, Herrera recuerda uno de los momentos más complicados. “Al principio el kiosco era de la misma forma de los que hay hoy en la plaza 25 de Mayo. Unos ladrones intentaron robar con el negocio cerrado y como no pudieron entrar, lo prendieron fuego. Mi papá decidió empezar de nuevo de cero en el mismo lugar. Se traía una mesa y allí ponía la mercadería mientras hacía construir otro, que es el actual, de chapa. Además, rechazó muchas ofertas para venderlo. Este kiosco era su amor”, afirmó Jorge, con un posterior suspiro.
Cuando la obra de ensanche de la avenida haya concluido y el tráfico le vuelva a imprimir su ritmo a la ciudad que avanza ya no estará un símbolo de la pausa de ese lugar para los chicos que van a la escuela, los vecinos que están cerca o los hinchas que se preparan para ir a la cancha de Del Bono. Y Jorge empezó a elaborar el duelo: “Nos criamos y vivimos siempre por acá. Con la directora de la escuela somos amigos. Es una lástima tener que marcharse. Ojalá sea a un sitio que sea parecido a éste”.