San Juan es cuna de grandes pilotos de autos, magníficos fierreros por decirlo de otra manera. A esto se enlaza el hecho de tener uno de los autódromos – El Zonda -, más importante del país. Entre tantos pilotos, recordamos a Julio Devoto, aquel "loco lindo" que para algunos "tomaba las curvas como ninguno", otros y sin desmerecer a nadie, fueron el "Cascote" Juárez o el "Colorado" Zunino, maestros de los Fiat, hombres que tomaban "la viborita" casi sin menguar el acelerador. A pura caja de cambios, rebajes y magia en el volante. Otro, de ellos, a quien me referiré concisamente, fue "el maestro" Eduardo Copello, un piloto genial, audaz, preciso y excelente deportista y hombre. Este grande del automovilístico nació en esta tierra en febrero de 1926. Su nombre completo era Eduardo José Copello.
Largo sería reseñar su existencia, que se inició en la localidad de Trinidad, sobre calle Mendoza. Una especie de vaticinio de lo que sería su vida, según cuentan los biógrafos, es que siendo pequeño, tomaba su triciclo y lo transformaba en un pequeño bólido. Luego afloraría con creces su pasión por los autos, manejando el auto de su padre y de su abuela.
Con casi 18 años participó, acá en San Juan, en una carrera de regularidad. De ahí en más, con esfuerzo, pasión y viajes tras viajes para demostrar talento, su carrera automovilista fue ganando peldaños. A fines de noviembre de 1950 debutó en el TC, con un "chivo". Luego vendrían otros protagonismos, en Capital Federal, Córdoba o Mendoza. Un hito fue el viaje que realizó a Europa, con un objetivo preciso: contactarse nada menos con el quíntuple campeón mundial, Juan Manuel Fangio. Poco a poco fue ganándose la confianza y la admiración de todos los grandes pilotos europeos y no europeos, y por supuesto, la valiosa ayuda y amistad del "chueco".
De vuelta a su tierra surgió la inolvidable dupla Berta – Copello, un sello automovilista y de afectó que los marcó mutuamente. Comenzaron a multiplicarse triunfos, en diferentes categorías, laureles ganados en el interior y también en el exterior. Para mediados de la década de 1960 nace en Argentina el auto más hermoso que se fabricó: el Torino. Copello inició un romance imperecedero con el "Toro". Fue en 1967, en Turismo Carretera, cuando se corrió la Vuelta de San Pedro (Buenos Aires) naciendo las míticas "liebres" especie de prototipos, creación de Heriberto Pronello y el genial Oreste Berta. Copello, junto a Jorge Ternengo y "Pirín" Gradassi conformaron el equipo de los "Toros". Si bien nuestro comprovinciano tuvo que abandonar, ganó el Torino 380 W, de Gradassi.
Comienza una época de oro para "el maestro", en nuestro autódromo, que llevaría su nombre. Corrió varias veces, haciendo las delicias del público. El corolario de esta crónica fueron las legendarias "84 horas de Nürburgring+, en Alemania. El equipo argentino, al mando de Fangio, junto con los Torinos, lograron un éxito sin precedentes en el historial automovilístico argentino. Los héroes de aquella competición – entre otros -, fueron Cacho Fangio, Rodríguez Larreta y por supuesto nuestro Eduardo Copello.
