
La tradición popular -de gran valía- desde hace muchas décadas es fuertemente devota de María Antonia Deolinda Correa. Sea para Semana Santa, la “Cabalgata de la Fe” en el mes de abril, o en la “Fiesta de los Camioneros”, en noviembre, Deolinda Correa sube a los altares espirituales de buena parte del pueblo de San Juan y Sudamérica. Nos deja un gran mensaje: fue una Madre con mayúscula, una heroína de su tiempo, benefactora de sus comarcanos. El valor de la maternidad, que es entrega, donación de sí sin medir consecuencias, dar vida al niño desde los límites, proteger desde la muerte misma, son verdades del mensaje de Deolinda Correa.
La historia del hijo se pierde en un cono de sombras. No sabemos su nombre y cuándo y cómo acabaron sus días. Pero el tiempo que habría vivido, se lo debe sin duda al arrojo de su madre.
Otro valor destacable: la fidelidad a su marido, quien fuera llevado como recluta en épocas de luchas intestinas entre unitarios y federales, hacia 1841 aproximadamente.
Según la mejor tradición, Deolinda quedaba sola y era objeto de la mala intención posesiva de algún mandón, probablemente el comisario del pueblo. Deolinda nunca renunció a sus ideales y propios, y fue fiel a su marido hasta ofrendar su vida.
Falta aún un camino de investigación, que tiene que ver al menos, con las partidas de natalicio y casamiento, sus años jóvenes y sus vínculos sociales.
Hay indicios de misas pedidas por su alma, allá por fines de siglo XIX. Buena parte del pueblo la tiene en sus hogares, en sus mesas de luz, en sus corazones, en el altar de su alma. Dichas creencias sinceras van respetadas cuidadosamente.
¡Que Dios bendiga sus devotos!
