
En este itinerario del amor que venimos desarrollando en artículos anteriores, se presenta a los esposos el desafío de la llegada del primer hijo al hogar. Escribe el Papa Francisco: "la crisis de la llegada del hijo, con sus nuevos desafíos emocionales” (AL,235).
En efecto, los desafíos de la maternidad-paternidad ponen nerviosos a muchos nuevos padres. El embarazo y el nacimiento del primer hijo inicia la "etapa del nido lleno” con muchos cambios tanto en la relación de pareja como en toda la familia. Aparecen nuevos roles y funciones: padre, madre, abuelos, tíos, etc. La familia de origen adquiere protagonismo. Esto es tomado positivamente por los padres primerizos, pero puede ser causa de una intromisión excesiva aumentando la tensión y los conflictos.
La llegada de un nuevo miembro a la familia crea una nueva crisis de adaptación a las responsabilidades de los esposos. La inseguridad en este momento es común y afecta a muchos padres primerizos. Esto se debe a que todo es nuevo para ellos: el cuidado del hijo, la rutina diaria, las necesidades del bebé, etc. Ambos padres deben adaptarse para poder brindar al niño la atención y los cuidados que necesita. Todo esto provoca inevitablemente tensión y estrés en la pareja.
Algunos padres pueden sentirse un poco "desplazados” por su cónyuge. Esto es natural, porque el hijo puede crear lazos de apego intenso solo con una persona, que suele ser la madre, sobre todo si practica la lactancia materna. De hecho, cuanto mejor sea la relación con ella, mejor será luego la relación con las figuras de apego secundarias. La madre desarrolla atención y dedicación casi exclusiva con su hijo, debiendo dedicarse a sus necesidades biológicas y afectivas para poder satisfacerlas. Este vínculo es importante para que el niño desarrolle una actitud de confianza básica en el mundo, pero la fatiga física y mental es uno de los principales desafíos de la maternidad. También el tiempo dedicado a la crianza puede entrar en conflicto con el dedicado al desarrollo laboral.
Por todo esto, la incorporación de un hijo en la familia provoca inevitablemente mucha tensión y pueden aparecer los reproches, el cansancio, la dificultad para ponerse de acuerdo en cómo y cuándo hacer las cosas, etc. Esto lleva a la necesidad de definir una nueva manera de relacionarse sentimental y sexualmente.
Podemos señalar los siguientes objetivos en esta etapa:adquirir habilidades para la convivencia de la triada; evitar la intolerancia por parte del marido de ocupar un lugar secundario durante los primeros meses; evitar la excesiva participación de la familia de origen en el cuidado del bebé, con la consecuente dificultad de los padres de adaptarse a su nueva situación; consensuar el tipo de educación que quieren darle al hijo; desarrollar, por parte del papá, una decidida participación en las tareas de crianza y colaboración con su cónyuge, contribuyendo al bienestar de la familia.
"A partir de una crisis se tiene la valentía de buscar las raíces profundas de lo que está ocurriendo, de volver a negociar los acuerdos básicos, de encontrar un nuevo equilibrio y de caminar juntos una etapa nueva. Con esta actitud de constante apertura se pueden afrontar muchas situaciones difíciles”, escribe el Santo Padre Francisco.
Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Lic. en Bioquímica. Profesor.
