Un clásico restorán de antaño reciclado para tiempos actuales, pero que no pierde su esencia.

 

Roberto Medina, creador del tango "Pucherito de gallina”, tenía otra idea, otra letra, cuando lo compuso. Se había inspirado en una muchacha quinceañera, que se vino para el centro a iniciarse en la noche porteña. Tal vez como prostituta o simple copera. "Con quince abriles me vine para el centro. Mi debut fue en "El Cairo y Cotton Club”. Fue un muchacho que supo hacerme el cuento. Fui "la doce” en el viejo Marabú”, decía la letra original de Medina. Pero fue censurada en SADAIC, por el atrevimiento de que la protagonista tuviera apenas 15 años. En un bar contiguo estaba el autor quien, con bronca y sin perder un minuto, cambió la letra y contó su propia historia de cantor: "Con veinte abriles me vine para el centro. Mi debut fue en Corrientes y Maipú. Allí aprendí lo que es ser un calavera. Me enseñaron que nunca hay que fallar, me hice una vida mistonga y sensiblera y entre otras cosas me daba por cantar”, dice en el arranque. Medina había nacido en Lanús en 1923 y llegó a cantar con la orquesta de Julio de Caro. Después fue solista y abrió su propia tanguería, el "Bohemien Club”. Murió en el 2000 y fue "Pucherito de gallina” su mayor suceso. Recuerda el maestro Horacio Ferrer, que además compuso "Que le doy a la vida”, "Vieja linda” y "Yo creía”. "Cabaret, Tropezón, era la eterna rutina”, dice en el estribillo. El Tropezón era un restorán, localizado sobre avenida Callao, cerca del Congreso. Había abierto sus puertas en 1896. Allí saboreaban el famoso pucherito de gallina, Carlos Gardel y otros personajes importantes de la época, como don Hipólito Yrigoyen, Leguizamo, Troilo, Vacarezza, Discépolo y varios más. Refugio de tangueros, políticos, actores y bohemios, tiempos más cercanos lo vieron saborear sus acreditados platos a Julio Sosa, Balbín y Lola Flores.

Viene la camarera sorteando las mesas. "Voy caliente” dice, en un doble sentido que motiva el ambiente. En sus manos, humean las cacerolas, portando el sabroso manjar mezcla de patas de gallina, carré de cerdo, lengua, chorizos, zanahoria, zapallo, choclos, falda y vacío. Los comensales "se hacen lugar” para que les quepa todo, incluido el aceitoso caracú que, untado en el pan, es entronizado como el rey de la comilona.

En mis tiempos de contador de los hermanos Porres, sabíamos saborearlo con don Walter en el restorán "El Globo”, en Santiago del Estero e Yrigoyen. Por diversas circunstancias, "El Tropezón” cerró en 1983, cuando renacía la democracia. Y, con nuevos dueños, reabrió el año pasado,en 2017, conservando sus pisos de cerámico calcáreos, sus techos de madera, claraboyas de bronce y sus paredes de 60 centímetros. En la carta se agregan callos a la madrileña, paella, guisos de lenteja, tortilla y el tradicional asado a la parrilla, para solaz de los porteños y miles de turistas, atraídos sobre todo por su historia y el inefable pucherito de gallina, cuya fama traspasó las fronteras. Plato imprescindible, el "Pucherito de gallina” está agarrado como un abrojo al tango y su leyenda.

 

Por Orlando Navarro
Periodista